El jugador - Fedor Dostoiewski
que se disponía a hacer girar la ruleta-. Combien zéro? douze ?
douze?
Yo aclaré la pregunta en francés.
-Oui, madame -corroboró cortésmente el crupier puesto que
según el reglamento ninguna puesta sencilla puede pasar de
cuatro mil florines -agregó para mayor aclaración.
-Bien, no hay nada que hacer. Pon doce.
-Le jeu estfait -gritó el crupier. Giró la ruleta y salió e treinta.
Habíamos perdido.
-¡Otra vez, otra vez! ¡Pon otra vez! -gritó la abuela. Yo ya no la
contradije y, encogiéndome de hombros, puse otros doce
federicos de oro. La rueda giró largo tiempo. La abuela temblaba,
así como suena, siguiendo sus vueltas. «¿Pero de veras cree que
ganará otra vez con el zéro? -pensaba yo mirándola perplejo. En
su rostro brillaba la inquebrantable convicción de que ganaría, la
positiva anticipación de que al instante gritarían: zéro!
-Zéro! -gritó el banquero.
-¡Ya ves! -exclamó la abuela con frenético júbilo, volviéndose a
mí.
Yo también era jugador. Lo sentí en ese mismo instante. Me
temblaban los brazos y las piernas, me martilleaba la cabeza. Se
trataba, ni que decir tiene, de un caso infrecuente: en unas diez
jugadas había salido el zéro tres veces; pero en ello tampoco
había nada asombroso. Yo mismo había sido testigo dos días
antes de que habían salido tres zéros seguidos, y uno de los
jugadores, que asiduamente apuntaba las jugadas en un papel,
observó en voz alta que el día antes el zéro había salido sólo una
vez en veinticuatro horas.
A la abuela, como a cualquiera que ganaba una cantidad muy
considerable,
le
liquidaron
sus
ganancias
atenta
y
respetuosamente. Le tocaba cobrar cuatrocientos veinte federicos
de oro, esto es, cuatro mil florines y veinte federicos de oro. Le
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