El jugador - Fedor Dostoiewski
podía coger con la mano, y a pesar de ello seguía ganando y
amontonando dinero a más y mejor. Los lacayos se movían
solícitos a su alrededor, le arrimaron un sillón, despejaron un
espacio en torno suyo para que estuviera más a sus anchas y no
sufriera apretujones -todo ello con la esperanza de recibir una
amplia gratificación-. Algunos jugadores con suerte daban a los
lacayos generosas propinas, sin contar el dinero, gozosos,
también cuanto con la mano podían sacar del bolsillo. junto al
joven estaba ya instalado un polaco muy servicial, que
cortésmente, pero sin parar, le decía algo por lo bajo,
seguramente indicándole qué puestas hacer, asesorándole y
guiando el juego, también con la esperanza, por supuesto, de
recibir más tarde una dádiva. Pero el jugador casi no le miraba,
hacía sus puestas al buen tuntún y ganaba siempre. Estaba claro
que no se daba cuenta de lo que hacía.
La abuela le observó algunos minutos.
-Dile -me indicó de pronto agitada, tocándome con el codo-, dile
que pare de jugar, que recoja su dinero cuanto antes y que se
vaya. Lo perderá, lo perderá todo en seguida! -me apremió casi
sofocada de ansiedad-. ¿Dónde está Potapych? Mándale a
Potapych. Y díselo, vamos, díselo -y me dio otra vez con el codo-;
pero ¿dónde está Potapych? Sortez, sortez -empezó ella misma a
gritarle al joven-. Yo me incliné y le dije en voz baja pero firme
que aquí no se gritaba así, que ni siquiera estaba permitido hablar
alto porque ello estorbaba los cálculos, y que nos echarían de allí
en seguida.
- ¡Qué lástima! Ese chico está perdido, es decir, que él mismo
quiere... no puedo mirarle, me revuelve las entrañas. ¡Qué
pazguato! -y acto seguido la abuela dirigió su atención a otro sitio.
Allí a la izquierda, al otro lado del centro de la mesa entre los
jugadores, se veía a una dama joven y junto a ella a una especie
de enano. No sé quién era este enano si pariente suyo o si lo
llevaba consigo para llamar la atención. Ya había notado yo antes
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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