El jugador - Fedor Dostoiewski
verdadero dueño a veces decide sencillamente no continuar la
disputa y, temeroso de un escándalo, se marcha. Pero si se logra
desenmascarar a un ladrón, se le saca de allí con escándalo.
Todo esto lo observaba la abuela desde lejos con apasionada
curiosidad. Le agradó mucho que se llevaran a unos ladronzuelos.
El trente et quarante no la sedujo mucho; lo que más la cautivó
fue la ruleta y cómo rodaba la bolita. Expresó por fin el deseo de
ver el juego más de cerca. No sé cómo, pero es el caso que los
lacayos y otros individuos entremetidos (en su mayor parte
polacos desafortunados que asediaban con sus servicios a los
jugadores con suerte y a todos los extranjeros) pronto hallaron y
despejaron un sitio para la abuela, no obstante la aglomeración,
en el centro mismo de la mesa, junto al crupier principal, y allí
trasladaron su silla. Una muchedumbre de visitantes que no
jugaban, pero que estaban observando el juego a cierta distancia
(en su mayoría ingleses y sus familias), se acercaron al punto a la
mesa para mirar a la abuela desde detrás de los jugadores. Hacia
ella apuntaron los impertinentes de numerosas personas. Los
crupieres comenzaron a acariciar esperanzas: en efecto, una
jugadora tan excéntrica parecía prometer algo inusitado. Una
anciana setentona, baldada de las piernas