El jugador - Fedor Dostoiewski
verlo sino conmigo? Sola no se atrevería a asomar la nariz a la
calle.
-Pero abuela...
-¿Es que te da vergüenza ir conmigo? Nadie te lo exige; quédate
en casa. ¡Pues anda con el general! Si a eso vamos, yo también
soy generala. ¿Y por qué viene toda esa caterva tras de mi? Me
basta con Aleksei Ivanovich para verlo todo.
Pero Des Grieux insistió vivamente en que todos la acompañarían
y habló con frases muy amables del placer de ir con ella, etc., etc.
Todos nos pusimos en marcha.
-Elle est tombée en enfance -repitió Des Grieux al general-, seule
elle fera des bêtises... -No pude oír lo demás que dijo, pero al
parecer tenía algo entre ceja y ceja y quizás su esperanza había
vuelto a rebullir.
Hasta el Casino había un tercio de milla. Nuestra ruta seguía la
avenida de los castaños hasta la glorieta, y una vez dada la vuelta
a ésta se llegaba directamente al Casino. El general se tranquilizó
un tanto, porque nuestra comitiva, aunque harto excéntrica, era
digna y decorosa. Nada tenía de particular que apareciera por el
balneario una persona de salud endeble imposibilitada de las
piernas. Sin embargo, se veía que el general le tenía miedo al
Casino: ¿por qué razón iba a las salas de juego una persona
tullida de las piernas y vieja por más señas? Polina y
mademoiselle Blanche caminaban una a cada lado junto a la silla
de ruedas. Mademoiselle Blanche reía, mostraba una alegría
modesta y a veces hasta bromeaba amablemente con la abuela,
hasta tal punto que ésta acabó por hablar de ella con elogio.
Polina, al otro lado, se veía obligada a contestar a las numerosas
y frecuentes preguntas de la anciana: «¿Quién es el que ha
pasado? ¿Quién es la que iba en el coche? ¿Es grande la ciudad?
¿Es grande el jardín? ¿Qué clase de árboles son éstos? ¿Qué son
esas montañas? ¿Hay águilas aquí? ¡Qué tejado tan ridículo!».
Mister Astley caminaba juntó a mí y me decía por lo bajo que
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