El jugador - Fedor Dostoiewski
huésped, no tanto por los requerimientos y preferencias de éste
cuanto por la propia opinión personal que de él se forjan; y
conviene subrayar que raras veces se equivocan. Ahora bien, no
se sabe por qué, a la abuela le señalaron un alojamiento tan
espléndido que se pasaron de rosca; cuatro habitaciones
magníficamente amuebladas, con baño, dependencias para la
servidumbre, cuarto particular para la camarera, etc., etc. Era
verdad que estas habitaciones las había ocupado la semana
anterior una grande duchesse, hecho que, ni que decir tiene, se
comunicaba a los nuevos visitantes para ensalzar el alojamiento.
Condujeron a la abuela,,mejor dicho, la transportaron, por todas
las habitaciones y ella las examinó detenida y rigurosamente. El
jefe de comedor, hombre ya entrado en años, medio calvo, la
acompañó respetuosamente en esta primera inspección.
Ignoro por quién tomaron a la abuela, pero, según parece, por
persona sumamente encopetada y, lo que es más importante,
riquísima. La inscribieron en el registro, sin más, como «madame
la générale princesse de Tarassevitcheva», aunque jamás había
sido princesa. Su propia servidumbre, su vagón particular, la
multitud innecesaria de baúles, maletas, y aun arcas que llegaron
con ella, todo ello sirvió de fundamento al prestigio; y el sillón, el
timbre agudo de la voz de la abuela, sus preguntas excéntricas,
hechas con gran desenvoltura y en tono que no admitía réplica, en
suma, toda la figura de la abuela, tiesa, brusca, autoritaria, le
granjearon el respeto general. Durante la inspección la abuela
mandaba de cuando en cuando detener el sillón, señalaba algún
objeto en el mobiliario y dirigía insólitas preguntas al jefe de
comedor, que sonreía atentamente pero que ya empezaba a
amilanarse. La abuela formulaba sus preguntas en francés, lengua
que por cierto hablaba bastante mal, por lo que yo, generalmente,
tenía que traducir. Las respuestas del jefe de comedor no le
agradaban en su mayor parte y le parecían inadecuadas; aunque
bien es verdad que las preguntas de la señora no venían a cuento
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