El jugador - Fedor Dostoiewski
-¿Pero por qué mademoiselle Blanche? -grité impaciente (tuve de
pronto la esperanza de que ahora se revelaría algo acerca de
mademoiselle Polina).
-Se me antoja que en el momento presente mademoiselle
Blanche tiene especial interés en evitar a toda costa un encuentro
con el barón y la baronesa, tanto más cuanto que el encuentro
sería desagradable, por no decir escandaloso.
-¿Qué me dice usted?
-El año antepasado, mademoiselle Blanche estuvo ya aquí, en
Roulettenberg, durante la temporada. Yo también andaba por
aquí. Mademoiselle Blanche no se llamaba todavía mademoiselle
de Cominges y, por el mismo motivo, tampoco existía su madre,
madame veuve Cominges. Al menos, no había mención de ella.
Des Grieux... tampoco había Des Grieux. Tengo la profunda
convicción de que no sólo no hay parentesco entre ellos, sino que
ni siquiera se conocen de antiguo. Tampoco empezó hace mucho
eso de marqués Des Grieux; de ello estoy seguro por una
circunstancia. Cabe incluso suponer que empezó a llamarse Des
Grieux hace poco. Conozco aquí a un individuo que le conocía bajo
otro nombre.
-¿Pero no es cierto que tiene un respetable círculo de amistades?
-¡Puede ser! También puede tenerlo mademoiselle Blanche. Hace
dos años, sin embargo, a resultas de una queja de esta misma
baronesa, fue invitada por la policía local a abandonar la ciudad y
así lo hizo.
-¿Cómo fue eso?
-Se presentó aquí primero con un italiano, un príncipe o algo así,
que tenía un nombre histórico, Barberini o algo por el estilo. Iba
cubierto de sortijas y brillantes, y por cierto de buena ley. Iban y
venían en un espléndido carruaje. Mademoiselle Blanche jugaba
con éxito a trente et quarante, pero después su suerte cambió
radicalmente, si mal no recuerdo. Me acuerdo de que una noche
perdió una cantidad muy elevada. Pero lo peor de todo fue que un
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