El jugador - Fedor Dostoiewski
efecto, sólo que a expensas del general. Calculé que con los
cuatro mil francos que yo había traído y con los que ellos, por lo
visto, habían conseguido reunir, tenían ahora siete u ocho mil,
cantidad demasiado pequeña para mademoiselle Blanche.
Mademoiselle Blanche, a la que acompaña su madre, reside
también en el hotel. Por aquí anda también nuestro francesito. La
servidumbre le llama monsieur le comte y a mademoiselle Blanche
madame la comtesse. Es posible que, en efecto, sean comte y
comtesse.
Yo bien sabía que monsieur le comte no me reconocería cuando
nos encontráramos a la mesa. Al general, por supuesto, no se le
ocurriría presentarnos o, por lo menos, presentarme a mí, puesto
que monsieur le comte ha estado en Rusia y sabe lo poquita cosa
que es lo que ellos llaman un outchitel, esto es, un tutor. Sin
embargo, me conoce muy bien. Confieso que me presenté en la
comida sin haber sido invitado; el general, por lo visto, se olvidó
de dar instrucciones, porque de otro modo me hubiera mandado
de seguro a comer a la mesa redonda. Cuando llegué, pues, el
general me miró con extrañeza. La buena de Marya Filippovna me
señaló un puesto a la mesa, pero el encuentro con mister Astley
salvó la situación y acabé formando parte del grupo, al menos en
apariencia.
Tropecé por primera vez con este inglés excéntrico en Prusia, en
un vagón en que estábamos sentados uno frente a otro cuando yo
iba al alcance de nuestra gente; más tarde volví a encontrarle
cuando viajaba por Francia y por último en Suiza dos veces en
quince días; y he aquí que inopinadame