El jugador - Fedor Dostoiewski
escalera que fuera a ver al general, quien había tenido a bien
enterarse de adónde iba a llevarlos. No cabe duda de que este
hombre no puede fijar sus ojos directamente en los míos; él bien
quisiera, pero le contesto siempre con una mirada tan sostenida,
es decir, tan irrespetuosa que parece azorarse. En tono
altisonante, amontonando una frase sobre otra y acabando por
hacerse un lío, me dio a entender que llevara a los niños de paseo
al parque, más allá del Casino, pero terminó por perder los
estribos y añadió mordazmente: «Porque bien pudiera ocurrir que
los llevara usted al Casino, a la ruleta. Perdone -añadió-, pero sé
que es usted bastante frívolo y que quizá se sienta inclinado a
jugar. En todo caso, aunque no soy mentor suyo ni deseo serlo,
tengo al menos derecho a esperar que usted, por así decirlo, no
me comprometa ... ».
-Pero si no tengo dinero -respondí con calma-. Para perderlo hay
que tenerlo.
-Lo tendrá enseguida -respondió el general ruborizándose un
tanto. Revolvió en su escritorio, consultó un cuaderno y de ello
resultó que me correspondían unos ciento veinte rublos.
-Al liquidar -añadió- hay que convertir los rublos en táleros. Aquí
tiene cien táleros en números redondos. Lo que falta no caerá en
olvido.
Tomé el dinero en silencio.
-Por favor, no se enoje por lo que le digo. Es usted tan
quisquilloso... Si le he hecho una observación ha sido por ponerle
sobre aviso, por así decirlo; a lo que por supuesto tengo algún
derecho...
Cuando volvía a casa con los niños antes de la hora de comer, vi
pasar toda una cabalgata. Nuestra gente iba a visitar unas ruinas.
¡Dos calesas soberbias y magníficos caballos!
Mademoiselle Blanche iba en una de ellas con Marya Filippovna y
Polina; el francesito, el inglés y nuestro general iban a caballo. Los
transeúntes se paraban a mirar. Todo ello era de muy buen
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