El jugador - Fedor Dostoiewski
detendrán a usted y que la policía le expulsará de aquí para que
no alborote. ¡Téngalo presente! -Y si bien hablaba con voz
entrecortada por la ira, estaba terriblemente acobardado.
-General -respondí con calma que le resultaba intolerable-, no es
posible detener a nadie por alboroto hasta que el alboroto mismo
se produzca. Todavía no he iniciado mis explicaciones con el barón
y usted no sabe en absoluto de qué manera y sobre qué
supuestos pienso proceder en este asunto. Sólo deseo esclarecer
la suposición, que estimo injuriosa para mí, de que me encuentro
bajo la tutela de una persona que tiene dominio sobre mi libertad
de acción. No tiene usted, pues, por qué preocuparse o alarmarse.
-¡Por Dios santo, por Dios santo, Aleksei Ivanovich, abandone
ese propósito insensato! -murmuró el general, cambiando
súbitamente su tono airado en otro de súplica, e incluso
cogiéndome de las manos-. ¡Imagínese lo que puede resultar de
esto! ¡Más disgustos! ¡Usted mismo convendrá en que debo
conducirme aquí de una manera especial, sobre todo ahora!...
¡sobre todo ahora!... ¡Ay, usted no conoce, no conoce, todas mis
circunstancias! Cuando nos vayamos de aquí estoy dispuesto a
contratarle de nuevo. Hablaba sólo de ahora... en fin, usted
conoce los motivos! -gritó desesperado- ¡Aleksei Ivanovich,
Aleksei Ivanovich!
Una vez más, desde la puerta, le dije con voz firme que no se
preocupara, le prometí que todo se haría pulcra y decorosamente,
y me apresuré a salir.
A veces los rusos que están en el extranjero se muestran
demasiado pusilánimes, temen sobremanera el qué dirán, la
manera cómo la gente los mira, y se preguntan si es decoroso
hacer esto o aquello; en fin, viven como encorsetados, sobre todo
cuando aspiran a distinguirse. Lo que más les agrada es cierta
pauta preconcebida, establecida de una vez para siempre, que
aplican servilmente en los hoteles, en los paseos, en las
reuniones, cuando van de viaje... Ahora bien, al general se le
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