El jugador - Fedor Dostoiewski
-General, el asunto no puede acabar así. Siento mucho que haya
tenido usted un disgusto con el barón, pero, con perdón, usted
mismo tiene la culpa de ello. ¿Por qué se le ocurrió responder de
mí ante el barón? ¿Qué quiere decir eso de que pertenezco a la
casa de usted? Yo soy sencillamente un tutor en casa de usted,
nada más. No soy hijo de usted, no estoy bajo su tutela y no
puede usted ser responsable de mis acciones. Soy persona
jurídicamente competente. Tengo veinticinco años, poseo el título
de licenciado, soy de familia noble y enteramente extraño a usted.
Sólo la profunda estima que profeso a su dignidad me impide
exigirle ahora una satisfacción y pedirle, además, que explique por
qué se arrogó el derecho de contestar por mí al barón.
El general quedó tan estupefacto que puso los brazos en cruz, se
volvió de repente al francés y apresuradamente le hizo saber que
yo casi le había retado a un duelo. El francés lanzó una
estrepitosa carcajada.
-Al barón, sin embargo, no pienso soltarle así como así -proseguí
con toda sangre fría, sin hacer el menor caso de la risa de M. Des
Grieux-; y ya que usted, general, al acceder hoy a escuchar las
quejas del barón y tomar su partido, se ha convertido, por así
decirlo, en partícipe de este asunto, tengo el honor de informarle
que mañana por la mañana a lo más tardar exigiré del barón, en
mi propio nombre, una explicación en debida forma de por qué,
siendo yo la persona con quien tenía que tratar, me pasó por alto
para tratar con otra -como si yo no fuera digno o no pudiera
responder por mí mismo.
Sucedió lo que había previsto. El general, al oír esta nueva
majadería, se acobardó horriblemente.
-¿Cómo? ¿Es posible que se empeñe todavía en prolongar este
condenado asunto? –exclamó-. ¡Ay, Dios mío! ¿Pero qué hace
usted conmigo? ¡No se atreva usted, no se atreva, señor mío, o le
juro que... También aquí hay autoridades y yo... yo... por mi
posición social... y el barón también .... en una palabra, que lo
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