El jugador - Fedor Dostoiewski
cosecha. El diablo sabe lo que me impulsó a hacerlo. Fue
sencillamente un patinazo.
-Hein! -gritó o, mejor dicho, graznó el barón, volviéndose hacia
mí con mortificado asombro.
Yo también me volví y me detuve en respetuosa espera, sin dejar
de mirarle y sonreír. Él, por lo visto, estaba perplejo y alzó
desmesuradamente las cejas. Su rostro se iba entenebreciendo.
La baronesa se volvió también hacia mí y me miró asimismo con
irritada sorpresa. Algunos de los transeúntes se pusieron a
observarnos. Otros hasta se detuvieron.
-Heín! -graznó de nuevo el barón, con redoblado graznido y
redoblada furia.
-Ja wohl -dije yo arrastrando las sílabas sin apartar mis ojos de
los suyos.
-Sind Sie rasend? -gritó enarbolando el bastón y empezando por
lo visto a acobardarse. Quizá le desconcertaba mi atavío. Yo
estaba vestido muy pulcramente, hasta con atildamiento, como
hombre de la mejor sociedad.
-Ja wo-o-ohl! -exclamé de pronto a voz en cuello, arrastrando la
o a la manera de los berlineses, quienes a cada instante
introducen en la conversación las palabras ja wohl, alargando más
o menos la o para expresar diversos matices de pensamiento y
emoción.
El barón y la baronesa, atemorizados, giraron sobre sus talones
rápidamente y casi salieron huyendo. De los circunstantes,
algunos hacían comentarios y otros me miraban estupefactos.
Pero no lo recuerdo bien.
Yo di la vuelta y a mi paso acostumbrado me dirigí a Polina
Aleksandrovna; pero aún no había cubierto cien pasos de la
distancia que me separaba de su banco cuando vi que se
levantaba y se encaminaba con los niños al hotel.
La alcancé en la escalinata.
-He llevado a cabo ... la payasada -dije cuando estuve a su lado.
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