El jugador - Fedor Dostoiewski
ascendiente sobre mí y que dijera tan sin rodeos: «Ve a tu
perdición, que yo me echaré a un lado». En esas palabras había
tal cinismo y desenfado que la cosa pasaba de castaño oscuro.
Porque, vamos a ver, ¿qué opinión tenía de mí? Esto rebasaba los
límites de la esclavitud y la humillación. Opinar así de un hombre
es ponerlo al nivel de quien opina. Y a pesar de lo absurdo e
inverosímil de nuestra conversación, el corazón me temblaba.
De pronto soltó una carcajada. Estábamos sentados en el banco,
junto a los niños, que seguían jugando, de cara al lugar donde se
detenían los carruajes para que se apeara la gente en la avenida
que había delante del Casino.
-¿Ve usted a esa baronesa gorda? -preguntó-. Es la baronesa
Burmerhelm. Llegó hace sólo tres días. Mire a su marido: ese
prusiano seco y larguirucho con un bastón en la mano. ¿Recuerda
cómo nos miraba anteayer? Vaya usted al momento, acérquese a
la baronesa, quítese el sombrero y dígale algo en francés.
-¿Para qué?
-Usted juró que se tiraría desde lo alto del Schlangenberg. Usted
jura que está dispuesto a matar si se lo ordeno. En lugar de
muertes y tragedias quiero sólo pasar un buen rato. Hala, vaya,
no hay pero que valga. Quiero ver cómo le apalea a usted el
barón.
-Usted me provoca. ¿Cree que no lo haré?
-Sí, le provoco. Vaya. Así lo quiero.
-Perdone, voy, aunque es un capricho absurdo. Sólo una cosa:
¿qué hacer para que el general no se lleve un disgusto o no se lo
dé a usted? Palabra que no me preocupo por mí, sino por usted ...
y, bueno, por el general. ¿Y qué antojo es éste de ir a insultar a
una mujer?
-Ya veo que se le va a usted la fuerza por la boca -dijo con
desdén-. Hace un momento tenía usted los ojos inyectados de
sangre, pero quizá sólo porque había bebido demasiado vino con
la comida. ¿Cree que no me doy cuenta de que esto es estúpido y
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 40