El jugador - Fedor Dostoiewski
provocado por usted, le dije en el Schlangenberg que con sólo
pronunciar usted una palabra me arrojaría al abismo. Si la hubiera
pronunciado me habría lanzado. ¿No cree usted que lo hubiera
hecho?
-¡Qué cháchara tan estúpida! -exclamó.
-Me da igual que sea estúpida o juiciosa -respondí-. Lo que sé es
que en presencia de usted necesito hablar, hablar, hablar... y
hablo. Ante usted pierdo por completo el amor propio y todo me
da lo mismo.
. -¿Y con qué razón le mandaría tirarse desde el Schlangenberg?
Eso para mí no tendría ninguna utilidad.
-¡Magnífico! -exclamé-. De propósito, para aplastarme, ha usado
usted esa magnífica expresión «ninguna utilidad». Para mí es
usted transparente. ¿Dice que «ninguna utilidad»? La satisfacción
es siempre útil; y el poder feroz sin cortapisas, aunque sea sólo
sobre una mosca, es también una forma especial de placer. El ser
humano es déspota por naturaleza y muy aficionado a ser
verdugo. Usted lo es en alto grado.
Recuerdo que me miraba con atención reconcentrada. Mi rostro,
por lo visto, expresaba en ese momento todos mis sentimientos
absurdos e incoherentes. Recuerdo todavía que nuestra
conversación de entonces fue en efecto, casi palabra por palabra,
como aquí queda descrita. Mis ojos estaban inyectados de sangre.
En las comisuras de mis labios espumajeaba la saliva. Y en lo
tocante al Schlangenberg, juro por mi honor, aun en este
instante, que si me hubiera mandado que me tirara ¡me hubiera
tirado! Aunque ella sólo lo hubiera dicho en broma, por desprecio,
escupiendo las palabras, ¡me hubiera tirado entonces!
-No, pero sí le creo -concedió, pero de la manera en que a veces
ella se expresa, con tal desdén, con tal rencor, con tal altivez, que
vive Dios que podría matarla en ese momento. Ella cortejaba el
peligro. Yo tampoco mentía al decírselo.
-¿Usted no es cobarde? -me preguntó de pronto.
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