El jugador - Fedor Dostoiewski
surgió una extraña sensación, una especie de reto a la suerte, un
afán de mojarle la oreja, de sacarle la lengua. Apunté con la
puesta más grande permitida, cuatro mil gulden, y perdí. Luego,
enardecido, saqué todo lo que me quedaba, lo apunté al mismo
número y volví a perder. Me aparté de la mesa como atontado. Ni
siquiera entendía lo que me había pasado y no expliqué mis
pérdidas a Polina Aleksandrovna hasta poco antes de la comida.
Mientras tanto estuve vagando por el parque.
Durante la comida estuve tan animado como lo había estado tres
días antes. El francés y mademoiselle Blanche comían una vez
más con nosotros. Por lo visto, mademoiselle Blanche había
estado aquella mañana en el Casino y había presenciado mis
hazañas. En esta ocasión habló conmigo más atentamente que de
costumbre. El francés se fue derecho al grano y me preguntó sin
más si el dinero que había perdido era mío. Me pareció que
sospechaba de Polina. En una palabra, ahí había gato encerrado.
Contesté al momento con una mentira, diciendo que el dinero era
mío.
El general quedó muy asombrado. ¿De dónde había sacado yo
tanto dinero? Expliqué que había empezado con diez federicos de
oro, y que seis o siete aciertos seguidos, doblando las puestas, me
habían proporcionado cinco o seis mil gulden; y que después lo
había perdido todo en dos golpes.
Todo esto, por supuesto, era verosímil. Mientras lo explicaba
miraba a Polina, pero no pude leer nada en su rostro. Sin
embargo, me había dejado mentir y no me había corregido; de
ello saqué la conclusión de que tenía que mentir y encubrir el
hecho de haber jugado por cuenta de ella. En todo caso, pensé
para mis adentros, está obligada a darme una explicación, y poco
antes había prometido revelarme algo.
Yo pensaba que el general me haría alguna observación, pero
guardó silencio; noté, sin embargo, por su cara, que estaba
agitado e intranquilo. Acaso, dados sus apuros económicos, le era
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