El jugador - Fedor Dostoiewski
posturas de dos o tres monedas. Mientras tanto observaba y
tomaba nota mental de lo que veía; me pareció que la
«combinación» no significa gran cosa y no tiene, ni con mucho, la
importancia que le dan algunos jugadores. Se sientan con papeles
llenos de garabatos, apuntan los aciertos, hacen cuentas, deducen
las probabilidades, calculan, por fin realizan sus puestas y..
pierden igual que nosotros, simples mortales, que jugamos sin
«combinación». Sin embargo, saqué una conclusión que me
parece exacta: aunque no hay, en efecto, sistema, existe no
obstante, una especie de pauta en las probabilidades, lo que, por
supuesto, es muy extraño. Ocurre, por ejemplo, que después de
los doce números medios salen los doce últimos; dos veces
-digamos- la bola cae en estos doce últimos y vuelve a los doce
primeros. Una vez que ha caído en los doce primeros, vuelve otra
vez a los doce medios, cae en ellos tres o cuatro veces seguidas y
pasa de nuevo a los doce últimos; y de ahí, después de salir un
par de veces, pasa de nuevo a los doce primeros, cae en ellos una
vez y vuelve a desplazarse para caer tres veces en los números
medios; y así sucesivamente durante la hora y media o dos horas.
Uno, tres y dos; uno, tres y dos. Es muy divertido. Otro día, u otra
mañana, ocurre, por ejemplo, que el rojo va seguido del negro y
viceversa en giros consecutivos de la rueda sin orden ni concierto,
hasta el punto de que no se dan más de dos o tres golpes
seguidos en el rojo o en el negro. Otro día u otra noche no sale
más que el rojo, llegando, por ejemplo, hasta más de veintidós
veces seguidas, y así continúa infaliblemente durante un día
entero. Mucho de esto me lo explicó mister Astley, quien pasó
toda la mañana junto a las mesas de juego, aunque no hizo una
sola puesta. En cuanto a mí, perdí hasta el último kopek -y muy
deprisa-. Para empezar puse veinte federicos de oro a los pares y
gané, puse cinco y volví a ganar, y así dos o tres veces más. Creo
que tuve entre manos unos cuatrocientos federicos de oro en unos
cinco minutos. Debiera haberme retirado entonces, pero en mí
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