El jugador - Fedor Dostoiewski
ocasión para hablar conmigo a solas. Esta mañana nos
encontramos y cambiamos un par de palabras. A veces habla de
manera sumamente inconexa. Sin darme los «buenos días» me
dijo:
-¡Ah, mademoiselle Blanche! ¡He visto a muchas mujeres como
mademoiselle Blanche!
Guardó silencio, mirándome con intención. No sé lo que quiso
decir con ello, porque cuando le pregunté «¿y eso qué significa?»,
sonrió astutamente, sacudió la cabeza y añadió: «En fin, así es la
vida. ¿Le gustan mucho las flores a mademoiselle Polina?».
-No sé; no tengo idea.
-¿Cómo? ¿Que no lo sabe? -gritó presa del mayor asombro.
-No lo sé. No me he fijado -repetí riendo.
-Hmm. Eso me da que pensar. -Inclinó la cabeza y prosiguió su
camino. Pero tenía aspecto satisfecho. Estuvimos hablando en un
francés de lo más abominable.
Capítulo 4
Hoy ha sido un día chusco, feo, absurdo. Son ahora las once de
la noche. Estoy sentado en mi cuchitril y hago inventario de lo
acaecido. Empezó con que por la mañana tuve que jugar a la
ruleta por cuenta de Polina Aleksandrovna. Tomé sus ciento
sesenta federicos de oro, pero bajo dos condiciones: primera, que
no jugaría a medias con ella, es decir, que si ganaba no acepta ,: