El jugador - Fedor Dostoiewski
-Y, sin embargo, yo también, por estúpido que parezca, cifro mis
esperanzas casi únicamente en la ruleta -dijo pensativa-. Por
consiguiente, tiene usted que seguir jugando conmigo a medias,
y, por supuesto, lo hará.
Con esto se apartó de mí sin escuchar mi s ulteriores objeciones.
Capítulo 3
Polina, sin embargo, ayer no me habló del juego en todo el día,
más aún, evitó en general hablar conmigo. Su previa manera de
tratarme no se alteró; esa completa despreocupación en su
actitud cuando nos encontrábamos, con un matiz de odio y
desprecio. Por lo común no procura ocultar su aversión hacia mí;
esto lo veo yo mismo. No obstante, tampoco me oculta que le soy
necesario y que me reserva para algo. Entre nosotros han surgido
unas relaciones harto raras, en gran medida incomprensibles para
mí, habida cuenta del orgullo y la arrogancia con que se comporta
con todos. Ella sabe, por ejemplo, que yo la amo hasta la locura,
me da venia incluso para que le hable de mi pasión (aunque, por
supuesto, nada expresa mejor su desprecio que esa licencia que
me da para hablarle de mi amor sin trabas ni circunloquios:
«Quiere decirse que tengo tan en poco tus sentimientos que me
es absolutamente indiferente que me hables de ellos, sean los que
sean». De sus propios asuntos me hablaba mucho ya antes, pero
nunca con entera franqueza. Además, en sus desdenes para
conmigo hay cierto refinamiento: sabe, por ejemplo, que conozco
alguna circunstancia de su vida o alguna cosa que la trae muy
inquieta; incluso ella misma me contará algo de sus asuntos si
necesita servirse de mí para algún fin particular, ni más ni menos
que si fuese su esclavo o recadero; pero me contará sólo aquello
que necesita saber un hombre que va a servir de recadero) y
aunque la pauta entera de los acontecimientos me sigue siendo
desconocida, aunque Polina misma ve que sufro y me inquieto por
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