El jugador - Fedor Dostoiewski
-causa de sus propios sufrimientos e inquietudes, jamás se
dignará tranquilizarme por completo con una franqueza amistosa,
y eso que, confiándome a menudo encargos no sólo engorrosos,
sino hasta arriesgados, debería, en mi opinión, ser franca
conmigo. Pero ¿por qué habría de ocuparse de mis sentimientos,
de que también yo estoy inquieto y de que quizá sus inquietudes y
desgracias me preocupan y torturan tres veces más que a ella
misma?
Desde hacía unas tres semanas conocía yo su intención de jugar
a la ruleta. Hasta me había anunciado que tendría que jugar por
cuenta suya, porque sería indecoroso que ella misma jugara. Por
el tono de sus palabras saqué pronto la conclusión de que obraba
a impulsos de una grave preocupación y no simplemente por el
deseo de lucro. ¿Qué significaba para ella el dinero en sí mismo?
Ahí había un propósito, alguna circunstancia que yo quizá pudiera
adivinar, pero que hasta este momento ignoro. Claro que la
humillación y esclavitud en que me tiene podrían darme (a
menudo me dan) la posibilidad de hacerle preguntas duras y
groseras. Dado que no soy para ella sino un esclavo, un ser
demasiado insignificante, no tiene motivo para ofenderse de mi
ruda curiosidad. Pero es el caso que, aunque ella me permite
hacerle preguntas, no las contesta. Hay veces que ni siquiera se
da cuenta de ellas. ¡Así están las cosas entre nosotros!
Ayer se habló mucho del telegrama que se mandó hace cuatro
días a Petersburgo y que no ha tenido contestación. El general,
por lo visto, está pensativo e inquieto. Se trata, ni que decir tiene,
de la abuela. También el francés está agitado. Ayer, sin ir más
lejos, estuvieron hablando largo rato después de la comida. El
tono que emplea el francés con todos nosotros es sumamente
altivo y desenvuelto. Aquí se da lo del refrán: «les das la mano y
se toman el pie». Hasta con Polina se muestra desembarazado
hasta la grosería; pero, por otro lado, participa con gusto en los
paseos por el parque y en las cabalgatas y excursiones al campo.
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