El jugador - Fedor Dostoiewski
los pares. Esta vez salió el cuatro; me entregaron otros ochenta
federicos, y cogiendo el montón de ciento sesenta federicos de oro
salí a buscar a Polina Aleksandrovna.
Todos se habían ido de paseo al parque y no conseguí verla
hasta después de la cena. En esta ocasión no estaba presente el
francés, y el general se despachó a sus anchas: entre otras cosas
juzgó necesario advertirme una vez más que no le agradaría
verme junto a una mesa de juego. Pensaba que le pondría en un
gran compromiso si perdía demasiado; «pero aunque ganara
usted mucho, quedaría yo también en un compromiso -añadió con
intención-. Por supuesto que no tengo derecho a dirigir sus actos,
pero usted mismo estará de acuerdo en que ... ». Ahí se quedó,
como era costumbre suya, sin acabar la frase. Yo respondí
secamente que tenía muy poco dinero y, por lo tanto, no podía
perder cantidades demasiado llamativas aun si llegaba a jugar.
Cuando subía a mi habitación logré entregar a Polina sus
ganancias y le anuncié que no volvería a jugar más por cuenta de
ella.
-¿Y eso por qué? -preguntó alarmada.
-Porque quiero jugar por mi propia cuenta -respondí mirándola
asombrado- y esto me lo impide.
-¿Conque sigue usted convencido de que la ruleta es su única vía
de salvación? -preguntó irónicamente. Yo volví a contestar muy
seriamente que sí; en cuanto a mi convencimiento de que ganaría
sin duda alguna .... bueno, quizá fuera absurdo, de acuerdo, pero
que me dejaran en paz.
Polina Aleksandrovna insistió en que fuera a medias con ella en
las ganancias de hoy, y me ofreció ochenta federicos de oro,
proponiendo que en el futuro continuásemos el juego sobre esa
base. Yo rechacé la oferta, de plano y sin ambages, y declaré que
no podía jugar por cuenta de otros, no porque no quisiera hacerlo,
sino porque probablemente perdería.
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