El jugador - Fedor Dostoiewski
genre y los permitidos a las personas decentes. Hay dos clases de
juego: una para caballeros y otra plebeya, mercenaria, propia de
la canalla. Aquí la distinción se observa rigurosamente; ¡y qué vil,
en realidad, es esa distinción! Un caballero, por ejemplo, puede
hacer una puesta de cinco o diez luises, rara vez más; o puede
apostar hasta mil francos, si es muy rico, pero sólo por jugar, sólo
por divertirse, en realidad sólo para observar el proceso de la
ganancia o la pérdida; pero de ningún modo puede mostrar
interés en la ganancia misma. Si gana, puede, por ejemplo, soltar
una carcajada, hacer un comentario a cualquiera de los
concurrentes, incluso apuntar de nuevo o doblar su puesta, pero
sólo por curiosidad, para estudiar y calcular las probabilidades,
pero no por el deseo plebeyo de ganar. En suma, que no debe ver
en todas estas mesas de juego, ruletas y trente et quarante, sino
un
entretenimiento
organizado
exclusivamente
para
su
satisfacción. Los vaivenes de la suerte, en que se apoya y se
justifica la banca, no debe siquiera sospecharlos. No estaría mal
que se figurara, por ejemplo, que todos los demás jugadores, toda
esa chusma que tiembla ante un guiden, son en realidad tan ricos
y caballerosos como él y que juegan sólo para divertirse y pasar el
tiempo. Este desconocimiento completo de la realidad, esta
ingenua visión de lo que es la gente, son, por supuesto, típicos de
la más refinada aristocracia. Vi que muchas mamás empujaban
adelante a sus hijas, jovencitas inocentes y elegantes de quince o
dieciséis años, y les daban unas monedas de oro para enseñarlas
a jugar. La señorita ganaba o perdía sonriendo y se marchaba tan
satisfecha. Nuestro general se acercó a la mesa con aire grave e
imponente. Un lacayo corrió a ofrecerle una silla, pero él ni
siquiera le vio. Con mucha lentitud sacó el portamonedas; de él,
con mucha lentitud, extrajo trescientos francos en oro, los apuntó
al negro y ganó. No recogió lo ganado y lo dejó en la mesa. Salió
el negro otra vez y tampoco recogió lo ganado. Y cuando la
tercera vez salió el rojo, perdió de un golpe mil doscientos
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