El jugador - Fedor Dostoiewski
noir, pair et manque! icon qué avidez miro la mesa de juego,
cubierta de luises, federicos y táleros, las columnas de oro, el
rastrillo del crupier que desmorona en montoncillos, como brasas
candentes, esas columnas o los altos rimeros de monedas de plata
en torno a la rueda. Todavía, cuando me acerco a la sala de
juego, aunque haya dos habitaciones de por medio, casi siento un
calambre al oír el tintín de las monedas desparramadas.
Ah, esa noche en que llegué a la mesa de juego con mis setenta
gulden fue también notable. Empecé con diez gulden, una vez
más enpasse. Perdí. Me quedaban sesenta gulden en plata;
reflexioné y me decidí por el zéro. Comencé a apuntar al zéro
cinco gulden por puesta, y a la tercera salió de pronto el zéro; casi
desfallecí de gozo cuando me entregaron ciento setenta y cinco
gulden. No había sentido tal alegría ni siquiera aquella vez que
gané cien mil gulden; seguidamente aposté cien gulden al rojo, y
salió; los doscientos al rojo, y salió; los cuatrocientos al negro, y
salió; los ochocientos al manque, y salió; contando lo anterior
hacía un total de mil setecientos gulden, ¡y en menos de cinco
minutos! Sí, en tales momentos se olvidan todos los fracasos
anteriores. Porque conseguí esto arriesgando más que la vida; me
atreví a arriesgar... y me pude contar de nuevo entre los
hombres.
Tomé habitación en un hotel, me encerré en ella y estuve
contando mi dinero hasta la tres de la madrugada. A la mañana
siguiente, cuando me desperté, ya no era lacayo. Decidí irme a
Homburg ese mismo día; allí no había servido como lacayo ni
había estado en la cárcel. Media hora antes de la salida del tren
fui a hacer dos apuestas, sólo dos, y perdí centenar y medio de
florines. A pesar de ello me trasladé a Homburg y hace ya un mes
que estoy aquí...
Vivo, ni que decir tiene, en perpetua zozobra; juego cantidades
muy pequeñas y estoy a la espera de algo, hago cálculos, paso
días enteros junto a la mesa de juego observándolo, hasta lo veo
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