El jugador - Fedor Dostoiewski
un bribón que fue mi amo aquí. Sí, también serví de lacayo ¡nada
menos que cinco meses! Eso fue recién salido de la cárcel (porque
estuve en la cárcel en Roulettenburg por una deuda contraída
aquí. Un desconocido me sacó de ella. ¿Quién sería? ¿Míster
Astley? ¿Polina? No sé, pero la deuda fue pagada, doscientos
táleros en total, y fui puesto en libertad). ¿En dónde iba a
meterme? Y entré al servicio de ese Hinze. Es éste un hombre
joven y voluble, amante de la ociosidad, y yo sé hablar y escribir
tres idiomas. Al principio entré a trabajar con él en calidad de
secretario o algo por el estilo, con treinta gulden al mes, pero
acabé como verdadero lacayo, porque llegó el momento en que
sus medios no le permitieron tener un secretario y me rebajó el
salario. Como yo no tenía adonde ir, me quedé, y de esa manera,
por decisión propia, me convertí en lacayo. En su servicio no comí
ni bebí lo suficiente, con lo que en cinco meses ahorré setenta
gulden. Una noche, en Baden, le dije que quería dejar su servicio,
y esa misma noche me fui a la ruleta. ¡Oh, cómo me martilleaba
el corazón! No, no era el dinero lo que me atraía. Lo único que
entonces deseaba era que todos estos Hinze, todos estos
Oberkellner, todas estas magníficas damas de Baden hablasen de
mí, contasen mi historia, se asombrasen de mí, me colmaran de
alabanzas y rindieran pleitesía a mis nuevas ganancias. Todo esto
son quimeras y afanes pueriles, pero... ¿quién sabe?, quizá
tropezaría con Polina y le contaría -y ella vería- que estoy por
encima de todos estos necios reveses del destino. ¡Oh, no era el
dinero lo que me tentaba! Seguro estoy de que lo hubiera
despilfarrado una vez más en alguna Blanche y de que una vez
más me hubiera paseado