El jugador - Fedor Dostoiewski
Capítulo 17
Ya hace un año y ocho meses que no he echado un vistazo a
estas notas, y sólo ahora, desalentado y melancólico, con la
intención de distraerme, las he vuelto a leer por casualidad. Me
quedé entonces en el punto en que salía para Homburg. ¡Dios
mío! ¡Con qué ligereza de corazón, hablando relativamente,
escribí entonces esas últimas frases! ¡Mejor dicho, no con qué
ligereza, sino con qué presunción, con qué firmes esperanzas!
¿Tenía acaso alguna duda de mí mismo? ¡Y he aquí que ha pasado
algo más de año y medio y, a mi modo de ver, estoy mucho peor
que un mendigo! ¿Qué digo mendigo? ¡Nada de eso!
Sencillamente estoy perdido. Pero no hay nada con qué
compararlo y no tengo por qué darme a mí mismo lecciones de
moral. Nada sería más estúpido que moralizar ahora. ¡Oh,
hombres satisfechos de sí mismos! ¡Con qué orgullosa jactancia se
disponen esos charlatanes a recitar sus propias máximas! Si
supieran cómo yo mismo comprendo lo abominable de mi
situación actual, no se atreverían a darme lecciones. Porque
vamos a ver, ¿qué pueden decirme que yo no sepa? ¿Y acaso se
trata de eso? De lo que se trata es de que basta un giro de la
rueda para que todo cambie, y de que estos moralistas -estoy
seguro de ello- serán entonces los primeros en venir a felicitarme
con chanzas amistosas. Y no me volverán la espalda, como lo
hacen ahora. ¡Que se vayan a freír espárragos! ¿Qué soy yo
ahora? Un cero a la izquierda. ¿Qué puedo ser mañana? Mañana
puedo resucitar de entre los muertos Y empezar a vivir de nuevo.
Aún puedo, mientras viva, rescatar al hombre que va dentro de
mí.
En efecto, fui entonces a Homburg, pero ... más tarde estuve
otra vez en Roulettenburg, estuve también en Spa, estuve incluso
en Baden, adonde fui como ayuda de cámara del Consejero Hinze,
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 157