El jugador - Fedor Dostoiewski
Recurrí muy a menudo al champaña porque a menudo me sentía
horriblemente triste y aburrido. Vivía en un ambiente de lo más
burgués, de lo más mercenario, en el que se calculaba y se
llevaba cuenta de cada sou. Blanche no me quería mucho en los
primeros quince días, cosa que noté; es verdad que me vistió con
elegancia y que todos los días me hacía el nudo de la corbata,
pero en su fuero interno me despreciaba cordialmente, lo cual me
traía sin cuidado. Aburrido Y melancólico, empecé a frecuentar el
«Cháteau des Fleurs», donde todas las noches, con regularidad,
me embriagaba y aprendía el cancán (que allí se baila con la
mayor desvergüenza) y, en consecuencia, llegué a adquirir cierta
fama en tal quehacer. Por fin Blanche llegó a calar mi verdadera
índole; no sé por qué se había figurado que durante nuestra
convivencia yo iría tras ella con papel y lápiz, apuntando todo lo
que había gastado, lo que había robado y lo que aún había de
gastar y robar; y, por supuesto, estaba segura de que por cada
diez francos se armaría entre nosotros una trifulca. Para cada una
de las embestidas mías que había imaginado de antemano tenía
preparada una réplica: pero viendo que yo no embestía empezó a
objetar por su cuenta. Algunas veces se arrancaba con ardor, pero
al notar que yo guardaba silencio -porque lo corriente era que
estuviera tumbado en el sofá mirando inmóvil el techo- acabó por
sorprenderse. Al principio pensaba que yo era simplemente un
mentecato, «un outchitel», y se limitaba a poner fin a sus
explicaciones, pensando probablemente para sí: «Pero si es tonto;
no hay por qué explicarle nada, puesto que ni se entera».
Entonces se iba, pero volvía diez minutos después (esto ocurría en
ocasiones en que estaba haciendo los gastos más exorbi,,tantes,
gastos muy por encima de nuestros medios: por ejemplo, se
deshizo de los caballos que tenía y compró otro tronco en dieciséis
mil francos).
-Bueno, ¿conque no te enfadas, Bibi? -dijo acercándose a mí.
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 148