EL JUGADOR - FIÓDOR DOSTOYEVSKI | Page 145

El jugador - Fedor Dostoiewski En ese momento estaba yo poniéndole la otra media, pero no pude contenerme y le besé el pie. Ella lo retiró y con la punta de él comenzó a darme en la cara. Acabó por echarme de la habitación. -Eh bien, mon outchitel, je t'attends, si tu veux, ¡dentro de un cuarto de hora me voy! -gritó tras mí. Cuando volvía a mi cuarto me sentía como mareado. Pero, al fin y al cabo, no tengo yo la culpa de que mademoiselle Polina me tirara todo el dinero a la cara ni de que ayer, por añadidura, prefiriera míster Astley a mí. Algunos de los billetes estaban aún desparramados por el suelo. Los recogí. En ese momento se abrió la puerta y apareció el Oberkellner (que antes ni siquiera quería mirarme) con la invitación de que, si me parecía bien, me mudara abajo, a un aposento soberbio, ocupado hasta poco antes por el conde V. Yo, de pie, reflexioné. -¡La cuenta! -exclamé-. Me voy al instante, en diez minutos. «Pues si ha de ser París, a París» -pensé para mis adentros. Es evidente que ello está escrito. Un cuarto de hora después estábamos, en efecto, los tres sentados en un compartimiento reservado: mademoiselle Blanche, madame veuve Cominges y yo. Mademoiselle Blanche me miraba riéndose, casi al borde de la histeria. Veuve Cominges la secundaba; yo diré que estaba alegre. Mi vida se había partido en dos, pero ya estaba acostumbrado desde el día antes a arriesgarlo todo a una carta. Quizá, y efectivamente es cierto, ese dinero era demasiado para mí y me había trastornado. Peut-étre, je ne demandais pas mieux. Me parecía que por algún tiempo -pero sólo por algún tiempo- había cambiado la decoración. «Ahora bien, dentro de un mes estaré aquí, y entonces... y entonces nos veremos las caras, míster Astley.» No, por lo que recuerdo ahora ya entonces me sentía terriblemente triste, aunque rivalizaba con la tonta de Blanche a ver quién soltaba las mayores carcajadas. StudioCreativo ¡Puro Arte! Página 145