El jugador - Fedor Dostoiewski
Comprendí que le había sucedido algo en mi ausencia. Parecía no
estar enteramente en su juicio.
-¡Cómprame! ¿Quieres? ¿Quieres? ¿Por cincuenta mil francos
como Des Grieux? -exclamaba con voz entrecortada por sollozos
convulsivos. Yo la cogí en mis brazos, la besé las manos, y caí de
rodillas ante ella.
Se le pasó el acceso de histeria. Me puso ambas manos en los
hombros y me miró con fijeza. Quería por lo visto leer algo en mi
rostro. Me escuchaba, pero al parecer sin oír lo que le decía. Algo
como ansiedad y preocupación se reflejaba en su semblante. Me
causaba sobresalto, porque se me antojaba que de veras iba a
perder el juicio. De pronto empezó a atraerme suavemente hacia
sí, y una sonrisa confiada afloró a su cara; pero una vez más,
inesperadamente, me apartó de sí y se puso a escudriñarme con
mirada sombría.
De repente se abalanzó a abrazarme.
-¿Conque me quieres? ¿Me quieres? -decía-. ¡Conque querías
batirte con el barón por mí! -Y soltó una carcajada, como si de
improviso se hubiera acordado de algo a la vez ridículo y
simpático. Lloraba y reía a la vez. Pero yo ¿qué podía hacer? Yo
mismo estaba como febril. Recuerdo que empezó a contarme
algo, pero yo apenas pude entender nada. Aquello era una especie
de delirio, de garrulidad, como si quisiera contarme cosas lo más
de prisa posible, un delirio entrecortado por la risa más alegre,
que acabó por atemorizarme.
-¡No, no, tú eres bueno, tú eres bueno! -repetía-. ¡Tú eres mi
amigo fiel! -y volvía a ponerme las manos en los hombros, me
miraba y seguía repitiendo: «Tú me quieres... me quieres... ¿me
querrás?». Yo no apartaba los ojos de ella; nunca antes había
visto en ella estos arrebatos de ternura y amor. Por supuesto, era
un delirio, y sin embargo ... Notando mi mirada apasionada,
empezó de pronto a sonreír con picardía. Inopinadamente se puso
a hablar de míster Astley.
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