El jugador - Fedor Dostoiewski
Recuerdo que luego volví a apostar dos mil florines a los doce
números medios y perdí; aposté el oro que tenía además de los
ochenta federicos de oro y perdí. Me puse furioso: cogí los últimos
dos mil florines que me quedaban y los aposté a los doce primeros
números al buen tuntún, a lo que cayera, sin pensar. Hubo, sin
embargo, un momento de expectación parecido quizá a la
impresión que me produjo madame Blanchard en París cuando
desde un globo bajó volando a la tierra.
-Quatre! -gritó el banquero. Con la apuesta anterior resultaba de
nuevo un total de seis mil florines. Yo tenía ya aire de vencedor;
ahora nada, lo que se dice nada, me infundía temor, y coloqué
cuatro mil florines al negro. Tras de mí, otros nueve individuos
apostaron también al negro. Los crupieres se miraban y
cuchicheaban entre sí. En torno, la gente hablaba y esperaba.
Salió el negro. Ya no recuerdo ni el número ni el orden de mis
posturas. Sólo recuerdo, como en sueños, que por lo visto gané
dieciséis mil florines; seguidamente perdí doce mil de ellos en tres
apuestas desafortunadas. Luego puse los últimos cuatro mil a
passe (pero ya para entonces no sentía casi nada; estaba sólo a la
expectativa, se diría que mecánicamente, vacío de pensamientos)
y volví a ganar, y después de ello gané cuatro veces seguidas. Me
acuerdo sólo de que recogía el dinero a montones, y también que
los doce números medios a que apunté salían más a menudo que
los demás. Aparecían con bastante regularidad, tres o cuatro
veces seguidas, luego desaparecían un par de veces para volver
de nuevo tres o cuatro veces consecutivas. Esta insólita
regularidad se presenta a veces en rachas, y he aquí por qué
desbarran los jugadores experimentados que hacen cálculos lápiz
en mano. ¡Y qué crueles son a veces en este terreno las burlas de
la suerte!
Pienso que no había transcurrido más de media hora desde mi
llegada. De pronto el crupier me hizo saber que había ganado
treinta mil florines, y que como la banca no respondía de mayor
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