EL JUGADOR - FIÓDOR DOSTOYEVSKI | Page 125

El jugador - Fedor Dostoiewski pues me necesitaba aunque sólo fuera para hacer mandados. Le sería útil, ¡cómo no! A la hora de la salida del tren corrí a la estación y acomodé a la abuela. Todos tomaron asiento en un compartimiento reservado. «Gracias, amigo, por tu afecto desinteresado -me dijo al despedirse- y repite a Praskovya lo que le dije ayer: que la esperaré.» Fui a casa. Al pasar junto a las habitaciones del general tropecé con la niñera y pregunté por él. «Va bien, señor» -me respondió abatida-. No obstante, decidí entrar un momento, pero me detuve a la puerta del gabinete presa del mayor asombro. Mademoiselle Blanche y el general, a cual mejor, estaban riendo a carcajadas. La veuve Cominges se hallaba también allí, sentada en el sofá. El general, por lo visto, estaba loco de alegría, cotorreaba toda clase de sandeces y se deshacía en una risa larga y nerviosa que le encogía el rostro en una incontable multitud de arrugas, entre las que desaparecían los ojos. Más tarde supe por la propia mademoiselle Blanche que, después de mandar a paseo al príncipe y habiéndose enterado del llanto del general, decidió consolar a éste y entró a verle un momento. El pobre general no sabía que ya en ese momento estaba echada su suerte, y que Blanche había empezado a hacer las maletas para irse volando a París en el primer tren del día siguiente. En el umbral del gabinete del general cambié de parecer y me escurrí sin ser visto. Subí a mi cuarto, abrí la puerta y en la semioscuridad noté de pronto una figura sentada en una silla, en el rincón, junto a la ventana. No se levantó cuando yo entré. Me acerqué, miré... y se me cortó el aliento: era Polina. Capítulo 14 Lancé un grito. StudioCreativo ¡Puro Arte! Página 125