El jugador - Fedor Dostoiewski
pues me necesitaba aunque sólo fuera para hacer mandados. Le
sería útil, ¡cómo no!
A la hora de la salida del tren corrí a la estación y acomodé a la
abuela. Todos tomaron asiento en un compartimiento reservado.
«Gracias, amigo, por tu afecto desinteresado -me dijo al
despedirse- y repite a Praskovya lo que le dije ayer: que la
esperaré.»
Fui a casa. Al pasar junto a las habitaciones del general tropecé
con la niñera y pregunté por él. «Va bien, señor» -me respondió
abatida-. No obstante, decidí entrar un momento, pero me detuve
a la puerta del gabinete presa del mayor asombro. Mademoiselle
Blanche y el general, a cual mejor, estaban riendo a carcajadas.
La veuve Cominges se hallaba también allí, sentada en el sofá. El
general, por lo visto, estaba loco de alegría, cotorreaba toda clase
de sandeces y se deshacía en una risa larga y nerviosa que le
encogía el rostro en una incontable multitud de arrugas, entre las
que desaparecían los ojos. Más tarde supe por la propia
mademoiselle Blanche que, después de mandar a paseo al
príncipe y habiéndose enterado del llanto del general, decidió
consolar a éste y entró a verle un momento. El pobre general no
sabía que ya en ese momento estaba echada su suerte, y que
Blanche había empezado a hacer las maletas para irse volando a
París en el primer tren del día siguiente.
En el umbral del gabinete del general cambié de parecer y me
escurrí sin ser visto. Subí a mi cuarto, abrí la puerta y en la
semioscuridad noté de pronto una figura sentada en una silla, en
el rincón, junto a la ventana. No se levantó cuando yo entré. Me
acerqué, miré... y se me cortó el aliento: era Polina.
Capítulo 14
Lancé un grito.
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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