El jugador - Fedor Dostoiewski
Y se lanzó de nuevo al sofá; pero un minuto después, casi
sollozando y sin aliento, se apresuró a decirme que mademoiselle
Blanche no se casaba con él porque en lugar de un telegrama
había llegado la abuela y ahora estaba claro que no heredaría. Él
creía que yo no sabía aún nada de esto. Empecé a hablar de Des
Grieux; hizo un gesto con la mano: «Se ha ido. Todo lo mío lo
tengo hipotecado con él: ¡me he quedado en cueros! Ese dinero
que trajo usted... ese dinero... no sé cuánto era, parece que
quedan setecientos francos, y.. bueno, eso es todo, y en cuanto al
futuro ... no sé, no sé».
-¿Cómo va a pagar usted el hotel? -pregunté alarmado-; ¿y
después qué hará usted?
Me miraba pensativo, pero parecía no comprender y quizá ni
siquiera me había oído. Probé a hablar de Polina Aleksandrovna,
de los niños, me respondió con premura: «¡Sí, sí! », pero en
seguida volvió a hablar del príncipe, a decir que Blanche se iría
con él y entonces... y entonces... ¿qué voy a hacer, Aleksei
Ivanovich? -preguntó, volviéndose de pronto a mí-, -'Juro a Dios
que no lo sé! ¿Qué voy a hacer? Dígame, ¿ha visto usted
ingratitud semejante? ¿No es verdad que es ingratitud? -Por
último, se disolvió en un torrente de lágrimas.
Nada cabía hacer con un hombre así. Dejarle solo era también
peligroso; podía ocurrirle algo. De todos modos, logré librarme de
él, pero advertí a la niñera que fuera a verle a menudo y hablé
además con el camarero de servicio, chico despierto, quien me
prometió vigilar también por su parte.
Apenas dejé al general cuando vino a verme Potapych con una
llamada de la abuela. Eran las ocho, y ésta acababa de regresar
del Casino después de haberlo perdido todo. Fui a verla. La
anciana estaba en su silla, completamente agotada y, a juzgar por
las trazas, enferma. Marfa le daba una taza de té y la obligaba a
bebérselo casi a la fuerza. La voz y el tono de la abuela habían
cambiado notablemente.
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