El jugador - Fedor Dostoiewski
punto de que involuntariamente di un paso atrás y casi eché a
correr; pero me cogió de ambas manos y me llevó a tirones hacia
el sofá. En él se sentó, hizo que yo me sentara en un sillón frente
a él ya sin soltarme las manos, temblorosos los labios y con las
pestañas brillantes de lágrimas, me dijo con voz suplicante:
-¡Aleksei Ivanovich, sálveme, sálveme, tenga piedad!
Durante algún tiempo no logré comprender nada. Él no hacía
más que hablar, hablar y hablar, repitiendo sin cesar: «¡Tenga
piedad, tenga piedad!». Acabé por sospechar que lo que de mí
esperaba era algo así como un consejo; o, mejor aún, que,
abandonado de todos, en su angustia y zozobra se había acordado
de mí y me había llamado sólo para hablar, hablar, hablar.
Desvariaba, o por lo menos estaba muy aturdido. juntaba las
manos y parecía dispuesto a arrodillarse ante mí para que (¿lo
adivinan ustedes?) fuera en seguida a ver a mademoiselle Blanche
y le pidiera, le implorara, que volviese y se casara con él.
-Perdón, general -exclamé-, ¡pero si es posible que mademoiselle
Blanche no se haya fijado en mí todavía! ¿Qué es lo que yo puedo
hacer?
Era, sin embargo, inútil objetar; no entendía lo que se le decía.
Empezó a hablar también de la abuela, pero de manera muy
inconexa. Seguía aferrado a la idea de llamar a la policía.
-Entre nosotros, entre nosotros -comenzó, hirviendo súbitamente
de indignación-, en una palabra, entre nosotros, en un país con
todos los adelantos, donde hay autoridades, hubieran puesto
inmediatamente bajo tutela a viejas como ésa. Sí, señor mío, sí
-continuó, adoptando de pronto un tono de reconvención, saltando
de su sitio y dando vueltas por la habitación-, usted todavía no
sabía esto, señor mío -dijo dirigiéndose a un imaginario señor
suyo en el rincón-; pues ahora lo sabe usted... sí, señor.. en
nuestro país a tales viejas se las mete en cintura, en cintura, en
cintura, sí, señor.. ¡Oh, qué demonio!
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 122