El jugador - Fedor Dostoiewski
sobre asuntos de familia. Sin embargo, cuando al volver al hotel
después de hablar con míster Astley, tropecé con Polina y los
niños, el rostro de ella reflejaba la más plácida tranquilidad, como
si sólo ella hubiera salido indemne de todas las broncas familiares.
A mi saludo contestó con una inclinación de cabeza. Volví a casa
presa de malignos sentimientos.
Yo, naturalmente, había evitado hablar con ella y no la había
visto (apenas) desde mi aventura con los Burmerhelm. Cierto es
que a veces me había mostrado petulante y bufonesco, pero a
medida que pasaba el tiempo sentía rebullir en mí verdadera
indignación. Aunque no me tuviera ni pizca de cariño, me parecía
que no debía pisotear así mis sentimientos ni recibir con tanto
despego mis confesiones. Ella bien sabía que la amaba de verdad,
y me toleraba y consentía que le hablara de mi amor. Cierto es
que ello había surgido entre nosotros de modo extraño. Desde
hacía ya bastante tiempo, cosa de dos meses a decir verdad,
había comenzado yo a notar que quería hacerme su amigo, su
confidente, y que hasta cierto punto lo había intentado; pero dicho
propósito, no sé por qué motivo, no cuajó entonces; y en su lugar
habían surgido las extrañas relaciones que ahora teníamos, lo que
me llevó a hablar con ella como ahora lo hacía. Pero si le
repugnaba mi amor, ¿por qué no me prohibía sencillamente que
hablase de él?
No me lo prohibía; hasta ella misma me incitaba alguna vez a
hablar y .... claro, lo hacía en broma. Sé de cierto -lo he notado
bien- que, después de haberme escuchado hasta el fin y
soliviantado hasta el colmo, le gustaba desconcertarme con
alguna expresión de suprema indiferencia y desdén. Y, no
obstante, sabía que no podía vivir sin ella. Habían pasado ya tres
días desde el incidente con el barón y yo ya no podía soportar
nuestra separación. Cuando poco antes la encontré en el Casino,
me empezó a martillar el corazón de tal modo que perdí el color.
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 120