El jugador - Fedor Dostoiewski
aunque era difícil distinguir en su rostro preocupación o
pesadumbre. Me alargó cordialmente la mano con su exclamación
habitual: «¡Ah!», pero no detuvo el paso y continuó su camino
apresuradamente. Emparejé con él, pero se las arregló de tal
modo para contestarme que no tuve tiempo de preguntarle nada.
Además, por no sé qué razón, me daba muchísima vergüenza
hablar de Polina. Él tampoco dijo una palabra de ella. Le conté lo
de la abuela, me escuchó atenta y gravemente y se encogió de
hombros.
-Lo perderá todo -dije.
-Oh, sí -respondió-, porque fue a jugar cuando yo salía y
después me enteré que lo había perdido todo. Si tengo tiempo iré
al Casino a echar un vistazo porque se trata de un caso curioso...
-¿A dónde ha ido usted? -grité, asombrado de no haber
preguntado antes.
-He estado en Francfort.
-¿Viaje de negocios?
-Sí, de negocios.
Ahora bien, ¿qué más tenía que preguntarle? Sin embargo,
seguía caminando junto a él, pero de improviso torció hacia el
«Hotel des Quatre Saisons», que estaba en el camino, me hizo
una inclinación de cabeza y desapareció. Cuando regresaba a casa
me di cuenta de que aun si hubiera hablado con él dos horas no
habría sacado absolutamente nada en limpio porque... ¡no tenía
nada que preguntarle! ¡Sí, así era yo, por supuesto! No sabía
formular mis preguntas.
Todo ese día lo pasó Polina errando por el parque con los niños y
la niñera o recluida en casa. Hacía ya tiempo que evitaba
encontrarse con el general y casi no hablaba con él de nada, por
lo menos de nada serio. Yo ya había notado esto mucho antes.
Pero conociendo la situación en que ahora estaba el general pensé
que éste no podría dar esquinazo a Polina, es decir, que era
imposible que no hubiese una importante conversación entre ellos
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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