El jugador - Fedor Dostoiewski
Todo ello era sencillamente increíble. De pronto di un salto y salí
como loco en busca de míster Astley para hacerle hablar fuera
como fuera. Por supuesto que de todo ello sabía más que yo.
¿Míster Astley? ¡He ahí otro misterio para mí!
Pero de repente alguien llamó a mi puerta. Miré y era Potapych.
-Aleksei Ivanovich, la señora pide que vaya usted a verla.
-¿Qué pasa? ¿Se va, no? Faltan todavía veinte minutos para la
salida del tren.
-Está intranquila; no puede estarse quieta. «¡De prisa, de prisa!
», es decir, que viniera a buscarle a usted. Por Dios santo, no se
retrase.
Bajé corriendo al momento. Sacaban ya a la abuela al pasillo.
Tenía el bolso en la mano.
-Aleksei Ivanovich, ve tú delante, ¡andando!
-¿Adónde, abuela?
-¡Que me muera si no gano lo perdido! ¡Vamos, en marcha, y
nada de preguntas! ¿Allí se juega hasta medianoche?
Me quedé estupefacto, pensé un momento, y en seguida tomé
una decisión.
-Haga lo que le plazca, Antonida Vasilyevna, pero yo no voy.
-¿Y eso por qué? ¿Qué hay de nuevo ahora? ¿Qué mosca os ha
picado?
-Haga lo que guste, pero después yo mismo me reprocharía, y
no quiero hacerlo. No quiero ser ni testigo ni participante. ¡No me
eche usted esa carga encima, Antonida Vasilyevna! Aquí tiene sus
cincuenta federicos de oro. ¡Adiós! –y poniendo el paquete con el
dinero en la mesita junto a la silla de la abuela, saludé y me fui.
-¡Valiente tontería! -exclamó la abuela tras mí-; pues no vayas,
que quizá yo misma encuentre el camino. ¡Potapych, ven
conmigo! ¡A ver, levantadme y andando!
No hallé a míster Astley y volví a casa. Más tarde, a la una de la
madrugada, supe por Potapych cómo acabó el día de la abuela.
Perdió todo lo que poco antes yo le había cambiado, es decir, diez
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