El jugador - Fedor Dostoiewski
Pero en la glorieta, a la entrada de la avenida, salió a nuestro
encuentro toda nuestra pandilla: el general, Des Grieux y mlle.
Blanche con su madre. Polina Aleksandrovna no estaba con ellos,
ni tampoco mister Astley.
-¡Bueno, bueno, bueno! ¡No hay que detenerse! -gritó la abuela-.
Pero ¿qué queréis? ¡No tengo tiempo que perder con vosotros
ahora!
Yo iba detrás. Des Grieux se me acercó.
-Ha perdido todo lo que había ganado antes, y encima doce mil
gulden de su propio dinero. Ahora vamos a cambiar unos
certificados del cinco por ciento -le dije rápidamente por lo bajo.
Des Grieux dio una patada en el suelo y corrió a informar al
general. Nosotros continuamos nuestro camino con la abuela.
-¡Deténgala, deténgala! -me susurró el general con frenesí.
-¡A ver quién es el guapo que la detiene! -le contesté también
con un susurro.
-¡Tía! -dijo el general acercándose-, tía... casualmente ahora
mismo... ahora mismo... -le temblaba la voz y se le quebrabaíbamos a alquilar caballos para ir de excursión al campo... Una
vista espléndida... una cúspide... veníamos a invitarla a usted.
-¡Quítate allá con tu cúspide! -le dijo con enojo la abuela,
indicándole con un gesto que se apartara.
-Allí hay árboles... tomaremos el té... -prosiguió el general, presa
de la mayor desesperación.
-Nous boirons du lait, sur l'herbe fraîche -agregó Des Grieux con
vivacidad brutal.
Du laít, de I'herbe fraiche -esto es lo que un burgués de París
considera como lo más idílico; en esto consiste, como es sabido,
su visión de «la nature et la vérité».
-¡Y tú también, quítate allá con tu leche! ¡Bébetela tú mismo,
que a mí me da dolor de vientre. ¿Y por qué me importunáis?
-gritó la abuela-. He dicho que no tengo tiempo que perder.
-¡Hemos llegado, abuela! -dije-. Es aquí.
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