El jugador - Fedor Dostoiewski
Aposté dos federicos de oro. La bola volteó largo tiempo por la
rueda y empezó por fin a rebotar sobre los orificios. La abuela se
quedó inmóvil, me apretó la mano y, de pronto, ¡pum!
-Zéro! -anunció el banquero.
~¿Ves, ves? -prorrumpió la abuela al momento, volviéndose
hacia mí con cara resplandeciente de satisfacción-. ¡Ya te lo dije,
ya te lo dije! Ha sido Dios mismo el que me ha inspirado para
poner dos federicos de oro. Vamos a ver, ¿cuánto me darán
ahora? ¿Pero por qué no me lo dan? Potapych, Marfa, ¿pero dónde
están? ¿Adónde ha ido nuestra gente? ¡Potapych, Potapych!
-Más tarde, abuela -le dije al oído-. Potapych está a la puerta
porque no le permiten entrar aquí. Mire, abuela, le entregan el
dinero; cójalo. -Le alargaron un pesado paquete envuelto en papel
azul con cincuenta federicos de oro y le dieron unos veinte
sueltos. Yo, sirviéndome del rastrillo, los amontoné ante la abuela.
-Faites le jeu, messieurs! Faites lejeu, messieurs! Rien ne va
plus? -anunció el banquero invitando a hacer posturas y
preparándose para hacer girar la ruleta.
-¡Dios mío, nos hemos retrasado! ¡Van a darle a la rueda! ¡Haz la
puesta, hazla! -me apremió la abuela-. ¡Hala, de prisa, no pierdas
tiempo! -dijo fuera de sí, dándome fuertes codeos.
-¿A qué lo pongo, abuela?
-¡Al zéro, al zéro! ¡Otra vez al zéro! ¡Pon lo más posible! ¿Cuánto
tenemos en total? ¿Setenta federicos de oro? No hay por qué
guardarlos; pon veinte de una vez.
-¡Pero serénese, abuela! A veces no sale en doscientas veces
seguidas. Le aseguro que todo el dinero se le irá en puestas.
-¡Tontería, tontería! ¡Haz la puesta! ¡Hay que ver cómo le das a
la lengua! Sé lo que hago. -Su agitación llegaba hasta el frenesí.
-Abuela, según el reglamento no está permitido apostar al zéro
más de doce federicos de oro a la vez. Eso es lo que he puesto.
~¿Cómo que no está permitido? ¿No me engañas? ¡Musié musié!
-dijo tocando con el codo al crupier que estaba a su izquierda y
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