El jugador - Fedor Dostoiewski
-No, abuela, si antes de ello hubiera apostado usted al zéro y
saliera el zéro, le pagarían treinta y cinco veces la cantidad de la
puesta.
-¡Cómo! ¿Treinta y cinco veces? ¿Y sale a menudo? ¿Cómo es
que los muy tontos no apuestan al zéro?
-Tienen treinta y seis posibilidades en contra, abuela.
-¡Qué tontería! ¡Potapych, Potapych! Espera, que yo también
llevo dinero encima; aquí está! -Sacó del bolso un portamonedas
bien repleto y de él extrajo un federico de oro-. ¡Hala, pon eso en
seguida al zéro!
-Abuela, el zéro acaba de salir -dije yo-, por lo tanto tardará
mucho en volver a salir. Perderá usted mucho dinero. Espere
todavía un poco.
-¡Tontería! Ponlo.
-Está bien, pero quizás no salga hasta la noche; podría usted
poner hasta mil y puede que no saliera. No sería la primera vez.
-¡Tontería, tontería! Quien teme al lobo no se mete en el bosque.
¿Qué? ¿Has perdido? Pon otro.
Perdieron el segundo federico de oro; pusieron un tercero. La
abuela apenas podía estarse quieta en su silla; con ojos ardientes
seguía los saltos de la bolita por los orificios de la rueda que
giraba. Perdieron también el tercero. La abuela estaba fuera de sí,
no podía parar en la silla, y hasta golpeó la mesa con el puño
cuando el banquero anunció «trente-six» en lugar del ansiado
zéro.
-¡Ahí lo tienes! -exclamó enfadada-, ¿pero no va a salir pronto
ese maldito cerillo? ¡Que me muera si no me quedo aquí hasta
que salga! La culpa la tiene ese condenado crupier del pelo rizado.
Con él no va a salir nunca. ¡Aleksei Ivanovich, pon dos federicos a
la vez! Porque si pones tan poco como estás poniendo y sale el
zéro, no ganas nada.
-¡Abuela!
-Pon ese dinero, ponlo. No es tuyo.
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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