EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 99

cara, lo tocaba, le pellizcaba los brazos y hacía comentarios sobre su cabello y su piel. Se sintió avergonzado y atemorizado e hizo algo insólito, tomó la mano de Padre y hundió la cabeza en su pecho. Padre se sorprendió, pero lo acarició cariñoso. —Son gentuza —le dijo—. Trabajan en el puerto. Gentuza sin sentido común. —¿Qué es gentuza? —preguntó Daniel en un susurro. —Gente ignorante. Mozos de carga. Chusma. La gente te mirará curiosa, Daniel. Pero esta gente te mira con descaro. Esa es la diferencia. Padre lo subió al carro y les rugió a los fisgones que lo dejasen en paz. Después, los dos hombres que habían descargado las pesadas cajas tomaron las carretillas y todos se alejaron de allí a trompicones a causa del empedrado. Daniel tuvo que agarrarse para no caer. Iban por una calle muy estrecha de casas muy altas. Daniel respiraba por la boca, pues el olor era insoportable. De repente sintió que no podía soportarlo más. Cerró los ojos tan fuerte como pudo. El temblor del carro, el chirriar de las ruedas, los gritos de la gente, los ladridos de los perros y Padre, que no paraba de vociferarles a los hombres que conducían que tuviesen más cuidado. Todos aquellos ruidos crecían en su cabeza como un vendaval que él no sabía interpretar. En algún lugar muy lejano le pareció oír la voz de Kiko, y también la de Be. Era el 3 de noviembre de 1877. Daniel había llegado a Estocolmo. Mientras el carro atravesaba las callejas de Gamla Stan, cerró los ojos.