EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 98
—Un lugar donde se exhibe a gente deforme, mujeres gordas, hombres con
el cuerpo completamente cubierto de vello, hombres capaces de levantar a pulso
un caballo, niños que han nacido pegados el uno al otro, terneros de dos cabezas.
Daniel seguía sin comprender lo que era un mercado, pero algo hizo que se
guardase la pregunta para más adelante.
El viento aumentaba y empezaba a hacer más frío. Daniel se marchó al
camarote y se tumbó en el catre. Decidió que, en sus sueños, le contaría a Be lo
que le había dicho Tobias, que el hombre clavado en los maderos consiguió
caminar sobre las aguas.
Sin embargo, Be no acudió a sus sueños ni aquella noche ni la siguiente.
Cuando despertó por la mañana, no consiguió recordar más que la oscuridad. Era
como si en su cerebro se hubiese levantado una cadena montañosa invisible. En
algún lugar, detrás de ella, estaban Be y Kiko. Solo que él no podía verlos.
El quinto día pusieron rumbo a tierra. Fueron navegando entre islas, por
estrechos y bahías. Daniel se dio cuenta de que Padre empezaba a ponerse
nervioso. Se preguntaba si era por él, por algo que él hubiese hecho. Para
demostrarle su cariño, se puso en los pies los pesados zuecos, pero Padre no
pareció notarlo siquiera. En varias ocasiones, cuando Daniel entró en el
camarote, lo halló sentado contando el dinero que le quedaba de la venta del
caballo. Además, Daniel lo había oído discutir con el capitán por el dinero que
tenía que devolverle por haberle sacado la muela podrida.
Atravesaban un angosto estrecho desde el que Daniel divisó una alta torre en
la distancia. Padre apareció a su lado.
—¿Qué es eso? —le preguntó Daniel señalando la torre.
—La torre de una iglesia. La capital. Estocolmo.
Padre sonaba irritado y Daniel decidió no hacer más preguntas.
Atracaron junto a otro carguero, entre un bosque de embarcaciones. A lo
lejos, entre las velas y los cascos, Daniel avistó numerosos edificios de gran
altura y hasta cinco torres de iglesia. Puesto que y a era de noche, Padre decidió
quedarse en el barco una noche más. Daniel habría querido saber qué harían
después, pero no preguntó. Se acostó con el deseo de que Be acudiese a su sueño,
pero la mañana siguiente, como las anteriores, despertó sin otro recuerdo que
tinieblas.
Dejaron el barco por la mañana, no muy temprano.
Padre había bajado a tierra antes y, al cabo de un rato, vinieron dos hombres
a descargar sus cajas. Una vez cargadas en dos carretillas, también Daniel bajó a
tierra. Notó enseguida que todo el mundo se lo quedaba mirando, pero que había
algo distinto. En la capital, la gente se le acercaba, lo miraba directamente a la