EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 95

transformar en un saltador con el que se puso a saltar enseguida. Los marineros y el capitán, siempre con la bufanda en la cabeza, lo miraban con enorme suspicacia, pero nadie dijo nada. Al ray ar el alba al día siguiente, cuando Daniel salió a cubierta, la isla y a no estaba. Sin embargo, la tierra que se extendía al oeste seguía allí. Soplaba un viento frío. Daniel tiritaba mientras caminaba por la cubierta empapada. El barco se balanceaba despacio, como si transitase sobre la espalda del mar igual que un recién nacido. Daniel cerró los ojos y pensó en Be. Los recuerdos acudieron a su mente. Allí iba él, colgado de su espalda otra vez. Si mantenía los ojos cerrados un rato más, cuando los abriera estaría de vuelta en el desierto. Pero volvería antes de que sucediera lo que dejó a Be y a Kiko tendidos en la arena con el rostro cubierto de sangre, antes de que lo dejaran solo. Se estremeció y abrió los ojos. Un olor rancio lo perturbó y ahuy entó sus recuerdos. Era el capitán, que estaba allí, a su lado. Tenía los ojos enrojecidos y la mejilla muy inflamada. —¿Has visto algo tan asqueroso como esto? —le preguntó al tiempo que abría la boca. Daniel comprendió que el hombre quería que le mirase el interior de la boca, de modo que se puso de puntillas para alcanzar a ver algo. Los pocos dientes que allí había estaban negros o habían quedado reducidos a restos podridos. —Es como llevar una serpiente en la boca —aseguró el capitán—. ¿Crees que el hombre que viaja contigo podría sacármelo? Si no he entendido mal, es científico. Daniel volvió al camarote. Padre estaba tumbado y bostezaba en uno de los dos catres sin colchón. —El capitán pregunta si Padre podría sacarle un diente —le dijo. —Solo si me devuelve el dinero y te deja viajar gratis. Dicho esto, Padre se levantó, fue a buscar el maletín donde guardaba sus instrumentos y rebuscó hasta encontrar unos alicates que utilizaba para doblar los clavos con los que fijaba la parte trasera de los cuadros con los insectos. El capitán estaba sentado sobre una trampilla de la bodega, meciéndose adelante y atrás. Sufría un dolor terrible. —Puedo sacarte el diente —afirmó Padre—. Incluso podría arrancarte la lengua si así lo quisieras. —Con el diente basta. —El precio es que Daniel viaje gratis. —Acepto. El capitán abrió la boca de par en par. Padre echó un vistazo. —Una muela —constató—. Alguien tendrá que sujetarte mientras tiro.