EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 93
La segunda noche que pasaron en la ciudad, Padre volvió a beberse una de
esas botellas que hacían que el suelo se transformase bajo sus pies en una
cubierta de barco. Se durmió sobre la colcha de la cama sin desvestirse, y
además se olvidó de cerrar la puerta con llave antes de guardársela en el bolsillo.
Daniel aguardó hasta que se hizo de noche. Después dejó la habitación, bajó
los peldaños de la escalera, que crujieron bajo su peso, y salió a la calle. Llovía.
Pese a que notaba el frío del barro en los pies caminaba descalzo. Se apresuró en
la oscuridad, en dirección al mar. Junto al castillo lucía una hoguera y, en una
casa cercana, se oía a un hombre que lloraba a ratos, a ratos cantaba. Sonaba
igual que Andersson, y Daniel pensó que tal vez se tratase de alguien que lo
conocía, puesto que sus voces eran tan parecidas.
Permaneció un buen rato en la play a. Finalmente, alzó un pie y lo posó
despacio sobre el espejo del agua. Lo aguantaba. Sin embargo, cuando desplazó
el peso hacia la otra pierna, la primera atravesó el agua. Concluy ó que aún no
podía, con su sola voluntad, convertirse en un ser tan ligero que lo llevase el agua.
Aún era demasiado pronto. Se apresuró a volver a la casa donde vivían. Estaba
nervioso por si Padre se levantaba y se daba cuenta de que se había ido, pero
cuando abrió la puerta con suma cautela, sin llamar, comprobó que Padre
roncaba plácidamente en la cama. Daniel se desnudó, se limpió los pies y se
arrebujó entre las sábanas húmedas.
Dos días después le vendieron el caballo a un hombre muy obeso al que le
faltaban tres dedos de una mano. Padre le explicó a Daniel que un caballo se los
había arrancado de un mordisco en una ocasión. Desde entonces era un célebre
maltratador de caballos. Sin embargo, puesto que pagaba mejor que los demás,
se lo vendía a él.
—¿Maltratar? ¿Qué significa maltratar? —quiso saber Daniel.
Era una palabra nueva que no había oído hasta el momento.
—Como Andersson —le respondió Padre—. ¿Lo recuerdas? ¿El que te tenía
en aquel cajón?
Daniel intentó comprender qué tendrían en común el comprador del caballo
y el hombre que lo metió en un cajón. Pensó que debería preguntar, pero era
posible que Padre no quisiera responder.
Echaría de menos al caballo. En realidad, habría querido llevárselo consigo el
día en que aprendiese a caminar sobre las aguas. Las personas podían domesticar
animales. Tal vez fuese posible enseñarle a un caballo a caminar sobre el espejo
del mar sin que este se quebrase…
Al día siguiente subieron a bordo de un carguero embreado. No habían
conseguido vender el carro, así que lo dejaron abandonado en el muelle. La
pequeña bodega estaba llena de pescado seco, pero también llevaba una gran tina