EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 92
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En Estocolmo, Daniel aprendió que la vida del hombre no solo se organiza
según su relación con las puertas, sino que también los movimientos de la luz y de
las sombras se componen de rituales que han de seguirse a conciencia.
Había pasado un mes desde que dejaron a la mujer jorobada y a la gata sin
rabo. Partieron con el caballo y el carromato hacia el este hasta que los bosques,
reticentes, se abrieron por fin dando paso a una ciudad llamada Kalmar. Allí,
Daniel tuvo ocasión de ver el mar una vez más. Padre le había señalado en un
mapa el lugar donde bajaron a tierra y cómo se habían desplazado, en forma de
cola de caballo, hasta llegar nuevamente al mar.
Era una ciudad pequeña y muy poblada. Cuando llegaron se vieron obligados
a avanzar por entre las casas de escasa altura que flanqueaban las calles
inundadas de agua, pues había llovido mucho y durante muchos días; y con sumo
esfuerzo se abrieron paso por el lodo hasta llegar al puerto, donde habían
alquilado una habitación en una casa de piedra. Padre le pidió a Daniel que se
encargase de que el escuálido caballo tuviese abundante heno para comer,
preferentemente con aporte de avena, y que lo lavase y lo cepillase a
conciencia. Después lo venderían y, con un poco de suerte, les darían también
algo por el carromato. Necesitaban el dinero para pagar el barco que los llevaría
a Estocolmo, le explicó Padre. Zarparía dentro de seis días y, cuando el caballo
llevase cuatro comiendo, lo venderían.
La primera noche fueron a ver el castillo de la ciudad. Pero Daniel se mostró
mucho más interesado por el agua. Precisamente aquella noche estaba en la
calma más absoluta. Daniel pensó que tal vez no fuese tan difícil aprender a
caminar sobre aquella superficie resplandeciente. Sin embargo, no le dijo nada a
Padre. Lo más probable es que no pudiese decirle nunca nada al respecto. No lo
comprendería. Tal vez volviese al recurso de amarrarlo, como al principio, y
seguiría cerrando las puertas con llave, pese a que Daniel y a había aprendido a
llamar, esperar, abrir, inclinarse y ce rrar.