EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 92

13 En Estocolmo, Daniel aprendió que la vida del hombre no solo se organiza según su relación con las puertas, sino que también los movimientos de la luz y de las sombras se componen de rituales que han de seguirse a conciencia. Había pasado un mes desde que dejaron a la mujer jorobada y a la gata sin rabo. Partieron con el caballo y el carromato hacia el este hasta que los bosques, reticentes, se abrieron por fin dando paso a una ciudad llamada Kalmar. Allí, Daniel tuvo ocasión de ver el mar una vez más. Padre le había señalado en un mapa el lugar donde bajaron a tierra y cómo se habían desplazado, en forma de cola de caballo, hasta llegar nuevamente al mar. Era una ciudad pequeña y muy poblada. Cuando llegaron se vieron obligados a avanzar por entre las casas de escasa altura que flanqueaban las calles inundadas de agua, pues había llovido mucho y durante muchos días; y con sumo esfuerzo se abrieron paso por el lodo hasta llegar al puerto, donde habían alquilado una habitación en una casa de piedra. Padre le pidió a Daniel que se encargase de que el escuálido caballo tuviese abundante heno para comer, preferentemente con aporte de avena, y que lo lavase y lo cepillase a conciencia. Después lo venderían y, con un poco de suerte, les darían también algo por el carromato. Necesitaban el dinero para pagar el barco que los llevaría a Estocolmo, le explicó Padre. Zarparía dentro de seis días y, cuando el caballo llevase cuatro comiendo, lo venderían. La primera noche fueron a ver el castillo de la ciudad. Pero Daniel se mostró mucho más interesado por el agua. Precisamente aquella noche estaba en la calma más absoluta. Daniel pensó que tal vez no fuese tan difícil aprender a caminar sobre aquella superficie resplandeciente. Sin embargo, no le dijo nada a Padre. Lo más probable es que no pudiese decirle nunca nada al respecto. No lo comprendería. Tal vez volviese al recurso de amarrarlo, como al principio, y seguiría cerrando las puertas con llave, pese a que Daniel y a había aprendido a llamar, esperar, abrir, inclinarse y ce rrar.