EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 71

durante el largo viaje desde Ciudad del Cabo y aún se veía que debía esforzarse para hacerlo correctamente. Sin embargo, no manchaba nada a su alrededor ni tampoco se llevaba la comida a la boca como un desesperado. El jefe de los camareros volvió al cabo de un rato. —Dicen que quizás una de las planchadoras pueda ocuparse del pequeño. Bengler pagó la cuenta y se levantó. Echó a andar en zigzag y Daniel sonrió. « Cree que estoy jugando» , concluy ó Bengler. « Un hombre borracho es un hombre que juega simplemente» . Cuando salieron del restaurante, Öglan y a se había marchado. Las conversaciones volvieron a morir a su paso entre las mesas. Una vez más, Bengler tuvo la sensación de que debería pronunciar unas palabras, pero ¿qué iba a decir? ¿Qué podía explicar, en realidad? ¿O tal vez necesitaba excusarse por haber contravenido una norma tácita de la etiqueta al llevar a un niño negro a un lugar público? Resultó que la joven que haría de niñera era la misma que antes les había llevado el agua caliente. —Lo único que tienes que hacer es estar aquí —explicó Bengler—. No tienes que hablar, ni que jugar con él. Solo estar aquí. ¿Cómo te llamas? —Charlotta. —Evita que abra la ventana —prosiguió Bengler—. O que salga de la habitación. Yo estaré en el salón de fumar. Daniel pareció haber comprendido lo que dijo. Sentado en el borde de la cama, observaba fijamente a Bengler. La habitación contigua al comedor estaba tal y como la recordaba. El humo del tabaco flotaba como una niebla estática, el dulce aroma a ponche, la pálida luz de los candiles. Se detuvo en el umbral y echó una ojeada. Era como si reconociese todos los rostros, pese a que todos allí eran extraños. Junto a una de las ventanas había una silla vacía y a ella se encaminó. No le apetecía un ponche, de modo que pidió coñac. Por primera vez en mucho tiempo se sintió libre. Daniel era una carga. Cierto que elegida por él, pero una carga al fin. ¿Era consciente de la responsabilidad que había asumido? El coñac le enturbió el pensamiento. Lo único que sabía era que se lo llevaría consigo a Hovmantorp. Después presentaría sus hallazgos y, partiendo de ahí, intentaría encontrar un modo de ganarse la vida, aunque ignoraba cómo exactamente. Podría ir por ahí dando conferencias, pero ¿a quién le interesaban los insectos? Pidió otra copa de coñac. En uno de los rincones más oscuros de la sala había dos mujeres que bebían en compañía de unos estudiantes. De repente recordó a Matilda y un deseo irrefrenable lo invadió. Él había vuelto y Matilda estaba cerca, si aún vivía y a menos que no se hubiese marchado a Dinamarca o quizás a Hamburgo. Una de las mujeres se levantó del sofá. No era hermosa y tenía el rostro ajado. La vio perderse tras unas cortinas. Bengler la siguió. La encontró colocándose el