EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 70

constantemente a la izquierda, como si su espíritu tuviese una escora que jamás se corregiría. Se detuvo junto a la mesa y Bengler se dio cuenta de que estaba muy ebrio. Öglan le debía dinero a todo el mundo. Cuando llegó a Lund procedente de Halmstad, a finales de los años cuarenta, disponía, según el rumor, de una herencia de la que podría vivir. Los primeros años siguió las clases de la facultad de teología, pero sucedió algo que lo abocó al episodio del árbol y la rama partida. La gente insinuó que la causa era la habitual, un amor desgraciado. Pero en realidad nadie lo sabía con certeza. A partir de aquel día, Öglan vivió en una miserable buhardilla a las afueras de la ciudad. Abandonó los estudios, dejó de leer y y a no hojeaba ni los periódicos. Iba viviendo de prestado, era un buen contador de historias ocasional, pero por lo general se dedicaba a murmurar para sí ante una copa o una botella, a veces manoteaba como si lo molestasen los mosquitos, enmudecía y, cuando no quedaba nadie más en el local, lo echaban de allí. Y ahora, allí estaba, ante la mesa de Bengler y Daniel. —Hemos oído hablar de una expedición a un lejano desierto —comenzó el hombre—. Y jamás pensamos que volveríamos a ver al licenciado. Pero aquí lo tenemos, como si no hubiese pasado nada. Y se ha traído a un ser negro que ha sentado a la mesa. Un niño que parece una sombra. —Se llama Daniel —respondió Bengler—. Solo estamos de paso. —Es decir, ¿no va a retomar los estudios? —No. —No es mi intención molestar —prosiguió Öglan—. Pero quizás el licenciado, cuy o nombre por desgracia he olvidado, podría hacerme un pequeño préstamo de, digamos, un billete de diez. Bengler se echó mano al bolsillo y sacó dos billetes de diez. Era demasiado, pero, después de todo, Öglan lo había reconocido. El hombre se apresuró a hacerse con los billetes sin mira