EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 66

pajarillo bajo la ropa de cama. En una mesa, junto al diván, había agua y un frasco marrón con un medicamento. Le llevó unos minutos darse cuenta de que Bengler y el niño habían entrado en la habitación. El anciano giró la cabeza despacio, posó levemente la mirada sobre Bengler y la fijó después en el rostro de Daniel. La sirvienta los había acompañado hasta la habitación y seguía junto a la puerta. Bengler se esforzó por parecer resuelto y le hizo seña de que se marchase. La mujer obedeció de mala gana, pero dejó la puerta entreabierta, de modo que Bengler fue a cerrarla. Después introdujo un pañuelo por la cerradura y regresó junto al diván. Para no cansar a Herrnander le resumió su viaje en la medida de lo posible. Herrnander no apartaba la mirada del rostro de Daniel. ¿Cómo podría convencer a Herrnander de lo conveniente que sería que le concediese un préstamo que le permitiese trabajar con sus hallazgos entomológicos? Tenía intención de escribir un artículo científico sobre el escarabajo y se lo dedicaría a su maestro y mentor. Pero para hacerlo realidad necesitaba un préstamo que, naturalmente, podía considerarse una inversión en el progreso de la ciencia. Por supuesto que devolvería el dinero. Redactarían un documento y se acreditarían las firmas. Todo se haría como debía hacerse. ¡Pero necesitaba el préstamo! Y además estaba el niño del que él se había compadecido. Daniel era su carta más importante. Había traído a un ser humano de tierras lejanas. Un ser humano del que responsabilizarse, una celebridad que mostrar. Cuando Bengler terminó de hablar, se hizo un silencio inmenso. De repente se preguntó si Herrnander había entendido algo de lo que le había dicho. Le repitió la palabra muy despacio: préstamo. No tenía que tratarse de una gran suma. Por la ciencia y por el niño. La mano de Herrnander cay ó junto al borde del diván. Bengler lo interpretó al principio como un gesto de indecible cansancio pero después vio que el anciano estiraba un dedo. Herrnander señalaba con él un maletín de piel que había en el suelo. Bengler lo recogió. Herrnander lo abrió con una lentitud infinita y sacó un fajo de billetes. Cuando Bengler le preguntó si era para él, el anciano asintió. Bengler retomó su discurso sobre la importancia del documento escrito y de las firmas, pero Herrnander le dio un empujón al maletín, que cay ó al suelo. Bengler percibió su enojo. El hombre no quería firmar ningún documento. Tenía la tabla de pizarra junto al almohadón. La alcanzó y garabateó despacio dos palabras que Bengler se acercó a leer: « Por qué» . Solo eso, sin signo de interrogación, solo « Por qué» . Bengler supo enseguida que la pregunta no se refería al dinero; aquel « por qué» aludía, pues, a Daniel. Bengler le refirió de forma breve lo sucedido antes de encontrar a Daniel en el cajón de Andersson, pero Herrnander movió vehemente la cabeza. Su pregunta seguía sin respuesta. « Se preguntará por qué lo he traído conmigo» , dedujo Bengler. « No puede