EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 65
En una ocasión, Bengler había ido a casa de Herrnander, que vivía en un
barrio al norte de la catedral. Y allí se encaminaron. La gente que pasaba a su
lado se volvía a mirarlos.
—Todos los que te ven te recordarán —aseguró Bengler—. Y esta noche les
contarán a sus familiares lo que han visto. Ya eres una celebridad. Tan solo por
caminar por la calle te estás convirtiendo en alguien muy famoso. Serás objeto
de curiosidad, de desconfianza y, por desgracia, también de malevolencia. La
gente teme lo diferente. Y tú eres diferente, Daniel.
Se detuvieron ante una casa baja de color gris. Cuando una sirvienta coja les
abrió la puerta, Bengler acababa de terminar de rezar por que Herrnander
siguiese con vida.
Y así era.
Sin embargo, la mujer le explicó que el año anterior había sufrido un ataque
de apoplejía.
—Y no recibe visitas. Se pasa los días acostado, tironeando de la sábana con
los dedos.
—¿Y le rechinan las mandíbulas? —preguntó enseguida Bengler.
La sirvienta negó con un gesto.
—¿Por qué iba a hacer tal cosa?
—No sé, era solo curiosidad, pero vay a dentro y dígale que ha venido Hans
Bengler y que traigo a un niño del pueblo San, que vive en el desierto de
Kalahari.
—¿Y he de recordar todos esos nombres? ¿Todas esas palabras raras?
—Inténtelo.
—Espere un momento.
La mujer cerró de un portazo y Daniel se sobresaltó. Bengler pensó que una
puerta que se cierra de golpe ante una persona puede sonar como un disparo.
La mujer volvió con pluma y papel. Bengler lo escribió todo. La mujer no los
invitó a pasar.
—El niño tiene un oído hipersensible, por lo que le agradecería que no diese
un portazo al cerrar.
Aguardaron y, para cuando la puerta volvió a abrirse, Bengler y a empezaba a
desesperar.
—Los recibirá, pero no puede hablar, solo escribir algunas palabras sobre una
tabla de pizarra, y aun eso con mucha dificultad.
—Si puede oír, es suficiente.
Herrnander se encontraba en su biblioteca tendido sobre un gran diván de
felpa de color rojo oscuro. Las cortinas estaban echadas y la habitación tenía el
techo bajo, olía a cerrado y el ambiente era sofocante. Las librerías, las láminas
y los manuscritos cubrían las paredes hasta el techo. Herrnander parecía un