EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 64

Justo antes de que llegasen a Lund estalló una tormenta y empezó a llover. Se detuvieron en una fonda destartalada para protegerse de la lluvia. Daniel dejó atónito a todo el mundo, como de costumbre, aunque él no parecía percatarse. Ni siquiera cuando un gañán borracho se le acercó y se le plantó delante a mirarlo. —¿Qué demonios es esto? —preguntó el hombre—. ¿Qué demonios es esto? El bracero apestaba a mugre y aguardiente. Tenía los ojos enrojecidos. —Se llama Daniel —respondió Bengler—. Es extranjero y está visitando el país. El gañán seguía con la vista fija en él. —¿Qué demonios es esto? —repitió. Daniel le lanzó una mirada cortante y siguió bebiendo del agua que le habían servido. —¿Es algún tipo de animal? —Es un ser humano de un desierto que se encuentra en África llamado desierto de Kalahari. —¿Y qué hace aquí? —Se dirige a Lund y viaja conmigo. Sin quitarle la vista de encima, el hombre posó su tosca mano sobre la cabeza de Daniel muy despacio y con cautela. —Nunca había visto nada igual —aseguró—. Enanos y mujeres gigantes y siameses que crecían pegados cuando había mercado, pero esto, jamás. —Ha venido para que lo veamos —respondió Bengler—. Para que sepamos que las personas se moldean bajo formas diferentes, pero con el mismo contenido. Una hora después, poco antes de las cinco de la tarde, la tormenta había pasado. Continuaron, pues, rumbo a la ciudad, y el campesino que los había llevado gratis los dejó cerca de la catedral. Bengler no tenía más que unas monedas de cobre en el bolsillo. Había dejado el equipaje en Simrishamn, como garantía de que volvería a pagar la cuenta. Se llevó a Daniel al bosquecillo contiguo a la catedral. Puesto que la tierra estaba mojada, extendió sobre el suelo su chaqueta para sentarse sobre ella. —Ahora necesitamos dinero —le explicó a Daniel—. Lo que más necesitamos es dinero. Daniel lo escuchaba, siempre ausente. Sin embargo, Bengler sospechaba que, pese a todo, el pequeño y a había empezado a entender algunas palabras, a captar su significado. —Antes de partir rumbo al desierto aprendí muchas cosas de un catedrático de botánica llamado Alfred Herrnander —prosiguió—. Era un buen hombre, un hombre de cierta edad. Y he pensado pedirle un préstamo. Esperemos que no hay a muerto, que siga vivo.