EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 67

haber otra explicación» . De modo que le habló de la necesidad de mostrar compasión, ese sencillo mensaje cristiano de no rechazar a un semejante que se hallaba en una situación difícil. Pero sus palabras parecieron irritar más aún al anciano. Bengler abandonó enseguida los argumentos religiosos y pasó a los científicos. Realizaría un estudio sobre Daniel y, al mismo tiempo, observaría las diversas reacciones de los suecos al encontrarse ante aquel extraño. Herrnander lanzó un rugido. Muy despacio, borró las palabras « por qué» y las sustituy ó por otra: « loco» . Cuando Bengler volvió a tomar la palabra, Herrnander cerró los ojos. La conversación había terminado. Bengler se sentía humillado. ¿Qué razones tenía aquel anciano tan próximo a la muerte para criticarlo a él? Guardó el dinero en el bolsillo, sacó el pañuelo de la cerradura y abrió la puerta. La sirvienta salió de la habitación contigua para recibirlos. —Se han quedado demasiado tiempo —les dijo impaciente—. Ahora no descansará bien en toda la noche. —Le prometo que no volveremos —respondió Bengler en tono amable—. Hemos hecho lo que veníamos a hacer. Ya en la calle, Bengler respiró hondo, aliviado. Después miró a Daniel. —Ahora tenemos lo más importante que puede tener una persona. Capital. Tú no sabes lo que es eso, pero un día lo comprenderás. Daniel se daba cuenta de que Bengler y a estaba más tranquilo. Ya no andaba con la mirada inquieta de un lado a otro. Bengler acarició la cabeza del niño. —Esta noche dormiremos como nos corresponde. Tomaremos una cena exquisita. Nos alojaremos en el Grand Hotel. Después se colocó ante Daniel y, estirando el brazo, señaló la dirección que debían tomar. —Siempre lo supe —afirmó entre risas—. Nací para guiar ejércitos. Aunque solo se compongan de una persona: tú. Daniel no comprendió sus palabras, pero pensó que lo más importante era, pese a todo, que el hombre que lo guiaba había dejado de estar angustiado.