EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 40
retirando el hollín del candil.
—Mientras dormías he intentado averiguar quién eres. He revisado la carga
de tu carreta. Lo único que he encontrado han sido unos libros y varias láminas
de insectos. Algunos frascos con gusanos y escarabajos. Y nada más. Ha sido
como visitar un manicomio ambulante. Por aquí ha pasado mucha gente, pero
nadie tan loco como tú.
Dejó el candil y encendió la pipa.
—He leído en tu diario que eres de Hovmantorp. He buscado en mi viejo
mapa de Suecia, pero no lo he encontrado. O bien mientes y no eres el que dices,
o bien se trata de un lugar desconocido, aunque me sorprende que aún queden
esas lagunas cartográficas sobre un país como Suecia.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí?
—Esa pregunta es muy imprecisa. ¿Qué es aquí, el desierto, África o esta
habitación?
—En África.
—Diecinueve años. Cada día me sorprendo de seguir vivo. También a los
negros que me rodean les sorprende. Incluso a los buey es y a los avestruces y a
los perros salvajes les sorprende, creo. Aunque a veces me pregunto si, en
realidad, no será que y a estoy muerto y no me he dado cuenta.
Echó mano de una garrafa de vino y dio un trago.
—Si no me hubieses quitado el quiste, seguramente habría muerto. Por si te
sirve de algún consuelo, te diré que has cruzado el desierto como un heroico
redentor para salvarme la vida.
—Yo quería ser médico, pero no servía.
—Suele suceder, los europeos que fracasan vienen a África. Aquí pueden
invocar la existencia de su dios y el color de su piel. No tienen que saber hacer
nada ni que querer nada. Aquí uno puede vivir bien obligando a las personas a la
sumisión. Llegan analfabetos de Alemani a y, de repente, se convierten en
capataces de cien africanos a los que se consideran con derecho a tratar de
cualquier manera. Al este del desierto hacen otro tanto los ingleses; al norte están
los portugueses, que les arrancan la piel a latigazos a sus trabajadores negros
mientras entonan canciones llenas de sentimiento. A América exportamos gente
preparada. A África solo vienen predicadores o alimañas indolentes. Y y o, que
no soy ni predicador ni una alimaña.
—¿Y tú qué eres?
—Previsor. Hago negocios.
—En Ciudad del Cabo conocí a un hombre llamado Wackman que me habló
de lo importante que era comprender que el pianoforte proporcionará grandes
fortunas en el futuro.
—Exacto. Por una vez tiene razón ese hombre. Wackman es un ser
despreciable. Les raja las plantas de los pies a sus putas para que no se olviden de