EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 38

terrible. Intentó apartarse un poco y respirar por la boca. Pero, al mismo tiempo, recordó que él llevaba dos meses sin lavarse. El agua para lavarse fue lo primero que racionó tan solo una semana después de salir de Ciudad del Cabo. Andersson lo llevó a una habitación llena de animales disecados que olía intensamente a podredumbre y a formol. En el centro de la habitación había una hamaca igual que aquella en la que había dormido durante la travesía en la goleta negra de Robertson. Le llevó un instante percatarse de que, de pie en un rincón, había un hombre negro de baja estatura. Al principio crey ó que se trataba de otro animal disecado, pero luego comprendió que era un hombre y que estaba vivo. —La única modalidad de nostalgia que siento —dijo Andersson—. O tal vez sea un signo de odio. Jamás he sabido explicarme por qué me vine con el traje regional de Vänersborg y se lo hice poner a mi sirviente. Bengler no era capaz de comprender la situación en que se encontraba. Después de dos meses en el desierto, había llegado a un centro de comercio donde vivía un sueco llamado Wilhelm Andersson que era de Vänersborg y que vestía a su criado con el traje regional. —He intentado enseñarle a bailar la polca —confesó—. Pero no hay nada que hacer. Ellos prefieren dar saltitos. He intentado explicarle que a Dios no le gusta la gente que da saltitos. Dios es un ser superior, superior a mí, pero él y y o tenemos la misma opinión y pensamos que, si se ha de bailar, ha de ser bajo formas ordenadas, al compás de tres por cuatro, o de cuatro por cuatro. Pero ellos siguen saltando y contoneando las partes más inesperadas del cuerpo. Andersson invitó a whisky con agua. Bengler pensó en sus boy eros. Andersson le ley ó e