EL HIJO DEL VIENTO El Hijo del Viento - Henning Mankell | Page 28

algún peligro» . Se espabiló en el acto. No estaba en Lund, ni en Hovmantorp. África era un continente donde peligrosas serpientes se enroscaban por todas partes y los felinos acechaban en la oscuridad para arrojarse sobre la garganta de otros animales. Tanteó en busca del rifle. Cuando notó el frío cañón en su mano, se sintió más tranquilo. Aguzó el oído, pero no, no eran figuraciones suy as. Los buey es estaban inquietos. Encendió la luz, se puso los pantalones y empuñó el rifle. Las llamas danzaban en la hoguera. Entrevió los buey es en las sombras, fuera del círculo luminoso del fuego. Los boy eros y acían acurrucados en torno a la fogata, pero cuando contó los cuerpos, se dio cuenta de que faltaba uno. Comprobó que el rifle estaba listo, sacudió las botas y se las puso y se dirigió, con la may or cautela posible, a donde se encontraban los buey es. Al acercarse descubrió que era Neka. El gordo e informe Neka. Llevaba un látigo en la mano y, muy despacio, como si quisiera dormir a los animales, les azotaba el lomo. Bengler se detuvo. Lo que veía le resultaba del todo incomprensible. Uno de los boy eros azotaba a los buey es una y otra vez en plena noche, desnudo, con la panza temblándole, lo hacía muy lentamente y como si se hallase en trance. Bengler pensó que debería intervenir, arrebatarle el látigo de las manos, quizá despertar a los demás, y amarrar a Neka a un árbol y azotarlo. En aquel extraño continente había toda la gente que se quisiera, tanto guías como porteadores, le explicó Wackman; los buenos buey es, en cambio, eran caros y escasos. Es decir, los buey es debían valorarse en relación con las personas, a los buey es había que protegerlos, en tanto que a las personas podía abandonárselas a su suerte. Pero no se movió. Neka parecía dormido mientras los azotaba. Se tambaleaba como si los latigazos los recibiese él mismo, como si fuese su carne y no la gruesa piel de los buey es la que se agitase bajo cada impacto. De repente, se acabó. Neka dejó el látigo y se dio la vuelta. Bengler retrocedió de inmediato para ocultarse en las sombras. Si lo descubría, tendría que intervenir. Castigar a Neka. Pero este no lo vio, sino que regresó a trompicones junto al fuego, se acurrucó y pareció dormirse nada más cerrar los ojos. Bengler se acercó a los buey es, acarició el lomo de uno de ellos y, cuando retiró la mano, vio que la tenía llena de sangre. Se encaminó a la hoguera. « A estos hombres podría pegarles un tiro» , se dijo. « Dispararles a uno tras otro. Así son las dinastías en este continente. Los que duermen aquí enroscados, sucios, pertenecen a la clase más baja; mientras que y o, un estudiante fracasado de Småland, soy miembro de una dinastía compuesta por los más fuertes, los que ostentan el poder» . Volvió a la tienda. Una lagartija observaba a la luz del candil a una mosca que se le acercaba despacio. De pronto, la mosca desapareció de un lengüetazo. Aquella noche hizo otra anotación en su diario. Le escribió a Matilda lo